Todavía hoy uno escribe «Matanzas» y siente el dolor en los dedos. Siente que las quemaduras están demasiado frescas, no solo en la piel.
Uno escribe «Matanzas» y la admiración crece más que el humo que llegó a la nube. Y las ojeras se alargan por los días sin dormir siguiendo en las penumbras las historias de los que, desde el viernes 5 de agosto de 2022, se enfrentaron a Vulcano en la base de los supertanqueros; y lo hicieron mirándolo a los ojos.

Uno repara en la voz del muchacho que le dijo a su progenitora: «Mami, yo soy el primero en la fila, no te preocupes, todo va a estar bien, no tengo miedo» y un nudo te entrecorta la voz.
Uno medita sobre la tragedia, contada agudamente por profesionales de distintos medios, y entiende a la perfección que la vida se nos puede ir en un casual relámpago, pero también que es preciso saber anticiparse a los escenarios de centellas o truenos más complejos.

Uno escribe «Matanzas» y viaja a la solemnidad ante las cenizas, a los ojos de los hermanos de otras latitudes que auxiliaron a dominar al monstruo, a la esperanza que nunca debe apagarse, a otros fuegos que sí necesita Cuba para crecer por encima de aguaceros.
Autor: Osviel Castro Medel / Corresponsal de Juventud Rebelde
Fotos: Ricardo López Hevia
WebEditor: Maria Salomé Campanioni
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