“Alberto Luberta Noy, ¡qué talento!”

Cada noche, durante más de cincuenta años, millones de radioyentes nos agrupábamos junto a los radiorreceptores, como quienes se sientan a una mesa en familia. Cuando Eduardo Rosillo, con su estilo peculiar, exclamaba: “Y continuamos riendo…”, cundía la emoción. A partir de aquel momento desfilaba un universo de personajes que hablaban como tú, como aquellos y como yo, destilando su idiosincrasia de pueblo.

Con sus decires ocurrentes, nos hicieron reír y pensar, plenos de sano criollismo. Detrás de ese regalo cotidiano estaba su artífice Alberto Luberta Noy, el hombre que convirtió esta radio en espejo amable de la mejor cubanía.

Nacido el 27 de septiembre de 1931 en el barrio obrero de Pogolotti, Marianao, Luberta se inició con su máquina de escribir, primero como copista de libretos y adaptador de programas en la naciente televisión. Fue en la radio donde encontró su voz, y donde su talento se hizo indispensable.

Su vida profesional estuvo marcada por la ética y la pasión. En 1965, un encuentro casual con Antonio “Ñico” Hernández», cambió el rumbo de la radio cubana. Hernández dirigía “Alegrías de sobremesa”, y le propuso a Luberta asumir un reto, que él aceptó con la humildad de los grandes. Rediseñó el formato del programa, creó personajes y situó la dramaturgia en un edificio multifamiliar, reflejo de la cotidianidad habanera. El 15 de abril de 1965 “Alegrías de sobremesa” renació para convertirse en leyenda.

Luberta escribió humor con amor y con elevado sentido humano. Rechazó la vulgaridad y el facilismo para apostar por el humor que hace pensar sin herir. Cada guion suyo era una crónica testimonial, reflejo de los defectos y virtudes del cubano de a pie. Supo hacerlo con respeto, ternura e inteligencia.

Solía caminar por las calles de La Habana, escuchando conversaciones, anotando frases y captando gestos. De ahí nacían los conflictos y diálogos de sus personajes. No escribía desde una torre de marfil, sino Escribía desde el bullicio del mercado, el banco del parque y la cola del pan. Por eso “Alegrías de sobremesa” era tan auténtico, construido con retazos de vida.

Su profesionalismo trascendió el guión. Impartió cursos, fue jurado en certámenes de radio y televisión, escribió para la pantalla chica y hasta para el teatro. En el Martí estrenó la revista musical La Rampa, y así demostró que su talento desconocía fronteras.

Recibió el Premio Nacional de Humorismo en 2001 y el Premio Nacional de Radio en 2002, aunque premio mayor fue el cariño de un pueblo que lo incorporó a su imaginario colectivo.

Cuando falleció el 23 de enero de 2017, perdimos a uno de nuestros grandes. Hoy, su legado vive en la memoria sonora de todo un país. Nos enseñó que la radio es cultura, identidad y afecto.

Fue profesional, íntegro, escritor brillante y, sobre todo, un gran hombre. En tiempos de ruido y prisa, su obra recuerda que la risa compartida es un antídoto contra cualquier ansiedad, y que el humor, construido desde el amor, es el más sincero de los lenguajes.

Necesitamos muchos Alberto Damián Luberta Noy. ¡Qué talento, caballero, qué talento!

Autor

  • Tomás Alfonso Cadalzo Ruiz (Cienfuegos, 1951). Miembro de la UPEC y de la UNEAC. Periodista, escritor y director de programas de Radio. Autor de varios libros en México y en Cuba, entre ellos, "La Radio, utopía de lo posible". Colaborador del Portal de la Radio Cubana desde su salida al aire. Escribe además para espacios de Radio Progreso, Radio Ciudad del Mar y el periódico "5 de Septiembre".

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