Mayra Caridad Valdés, dama excelsa del jazz

La vi cantar por primera vez en televisión. Fue en 1980 cuando en el espacio “Todo el mundo canta”, competían aficionados que luego, muchos de ellos, se consagraron.

Una joven negra y gruesa, de poco más de veinte años, apareció en pantalla. Cuando empezó a cantar, la sacudida resultó enérgica como un alto voltaje. Era aquella una voz espléndida que fascinaba, con la que era capaz de hacer cuanto le viniese en gana.

Me refiero a Mayra Caridad Valdés Rodríguez, la hija de Bebo y Pilar; hermana de Chucho. Por derecho llamada “la dama del jazz”, mujer que tejió puentes entre ese género del suroeste de Estados Unidos, devenido latino, y la afrocubanidad.

Mayra nació en 1956. Fue parte de una estirpe musical con una luz tan propia que nada necesitó copiar de su entorno inmediato. Con estilo original construyó un lenguaje pleno de sensibilidad.

Tuvo una formación rigurosa. Estudió en la Escuela para Instructores de Arte, recibió clases de María Felicia Pérez Arroyo, y llegó a ser discípula del Odilio Urfé, con quien recorrió caminos de investigación y defensa de la música cubana. Más allá de las aulas, fueron la vida, el escenario, el encuentro con otros músicos, el público, y el misterio de cada nota, los que cincelaron su perfil definitivo.

Aunque el jazz fue su residencia sonora, también transitó el filin, el bolero, la música afrocubana y la trova. Al hacerlo, ejerció un impacto emocional tan profundo, capaz de vencer las defensas interiores de quienes la escuchaban, para adentrarse en las más profundas sensibilidades. Su voz, a la par que bella, transformaba.

Compartió escenario con Harry Belafonte, y desplegó una carrera que se tejió entre colaboraciones, grabaciones y presentaciones que dejaron huella. Su álbum Obatalá, estoy aquí constituyó una declaración de identidad, espiritualidad y pertenencia.

Tengo la certeza de que su carisma se debió, antes que transmitía algo auténtico y humano que llegaba a los corazones sin pedir permiso. Cantaba tan de excelencia, que nunca se limitó a la técnica.

Este mes de noviembre se cumplen seis años de su deceso, a la edad de 63 años. Al morir, dejó de existir una gran cantante que hizo del arte un acto de fe, del escenario un altar, y de cada canción una ofrenda.

Mayra Caridad Valdés permanece en discos y en notas que buscan sentido; en cada silencio que espera ser habitado por una interpretación, más que de técnica, tejida con verdad.

Autor

  • Tomás Alfonso Cadalzo Ruiz (Cienfuegos, 1951). Miembro de la UPEC y de la UNEAC. Periodista, escritor y director de programas de Radio. Autor de varios libros en México y en Cuba, entre ellos, "La Radio, utopía de lo posible". Colaborador del Portal de la Radio Cubana desde su salida al aire. Escribe además para espacios de Radio Progreso, Radio Ciudad del Mar y el periódico "5 de Septiembre".

    Ver todas las entradas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *