Cuando el micrófono se llenó de sabores

¿Has sentido el olor de una palabra? ¿Te has visto envuelto en los sabores de un chef que sabe como usar la dosis justa de condimentos y de sustantivos? ¿Alguien te ha dicho que el mundo es un libro abierto y te ha mostrado sus páginas frente al micrófono? Pues todo eso fue lo que me sucedió en el diálogo con el chef y asesor gastronómico internacional, escritor, documentalista, yogui y surfista, José María Rodríguez Ares. Son de esas entrevistas que nunca olvidas, que cumplen eso que uno anhela: que la gente se desborde, se derrame. Este gaditano personaliza aquella frase del escritor norteamericano Jack Kerouac en su novela On the Road : “La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.” Y es que a José María Rodríguez Ares, la vida se le sale por los ojos, le recorre la punta de los dedos. Él mismo se ha definido como “gastrósofo bohemio” y “guerrero del sabor”. Ha buscado con ardor el origen, la tierra, la magia de los pueblos autóctonos, saltando del centro de Europa al Sudeste asiático, del Sahara a América Latina. A ese proyecto sin fin le ha llamado Bocado en la tierra. Me confiesa que todas las mañanas se postra ante el mortero de su abuelo Ambrosio y de ahí le viene todo, porque aquel se había ido de trapecista por aquí y por allá antes de montar su negocio. Su padre es “pasional con Cuba” y su hijo ha cumplido el sueño de recorrer la Isla desde las …

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100 años: Elogio de la radio

Dicen que fue con una corneta de juguete que comenzó todo, que Luis Casas Romero daba el toque de atención y tras captar el cañonazo de las nueve desde San Carlos de  la Cabaña, decía ante el micrófono: “Son las nueve en punto”. No era simplemente la hora, era un conjuro para soñar. Luego venía el pronóstico del tiempo, y a seguidas, su hija Zoila Casas presentaba una canción y narraba un breve historia infantil. Sería una corneta de juguete, sí; pero el  compositor, flautista  y director de banda Luis Casas Romero y su familia, no jugaban. Desde su casa en Ánimas 99, surcaron el aire las primeras transmisiones habituales de la radio cubana. No es que no hubiese antecedentes ilustres ―como el caso de Manolín Álvarez en Caibarién―, sino que la 2LC se convirtió en símbolo de una nueva época hace ya cien años Le han decretado  muchas muertes, pero la radio es una continua renacedora. No es hermana menor de nadie,  su estatura está probada. Es una manera colectiva de hacer arte y en consecuencia, forja lazos irrompibles. La radio reconcentra la atención:  no se distrae en edades, rostros, vestidos, gestos. Ese carácter medular, suele dar verdaderas lecciones. Cuando menciono esa palabra, “radio”, se produce el milagro. El tiempo descorre los caminos andados y aparece un niño de uniforme azul y blanco, con el arito rojo de su pañoleta en el centro del pecho. Aquel infante que conozco de cerca, sabía que cuando sonaba el espacio “Por nuestros campos y ciudades”, debía entrar al baño, y a seguidas, al filo del mediodía, cuando Radio Progreso anunciaba “Alegrías de sobremesa”, tenía que estar listo para el almuerzo, sin detenerse en el plato: ya la alegría la había puesto la radio. Minutos  después, ponía rumbo hacia la escuela. Y allá …

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La felicidad NO admite corsés

Rosa se llamaba igual que su madre, igual que su abuela, igual. Se ha perdido el hilo en el inicio de los tiempos, más a esta Rosa le gustan las espinas. Resulta un amor casi paradójico, pero fiel. Su pasión son los cactus. Roza las espinas con la yema de sus dedos… será que anda preparándose para las punzadas de la vida.

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