Para Barbarito las lágrimas no son negras
Quién sospecharía que aquel niño que dirigía el coro de su escuela, en Las Tunas, donde vivió de pequeño, tejía, sin proponérselo, una leyenda en la música cubana. Ese es el misterio de los que nacen grandes; de los que aún «en otra vida» motivan a descubrir los misterios de su personalidad y los atributos de su voz inconfundible. A diecisiete años de la desaparición física de Bárbaro Diez Junco, «El príncipe del Danzón», los cubanos lo recuerdan con nostalgia.