Hay un lugar en La Habana donde la música brota entre las piedras. Ese es Guanabacoa, el viejo pueblo de “aguas claras”, venero del alma sonora de Cuba, que nunca se agota.
Su historia creció tejida por las culturas de África y España, sintetizadas en la criolla. Una mezcla que jamás se resignó a quedarse entre las juntas de los adoquines ni dentro de las casonas o el solar.
Tan gigantesca eclosión musical halló su megáfono más poderoso en las ondas de la radio, el invento del siglo veinte que convirtió lo local en nacional, y luego en universal.
La de Guanabacoa es una crónica de barrio que, voz a voz, artista a artista, escribió con acentos propios la partitura de la radiodifusión en Cuba.
El acento guanabacoense se coló pronto por los micrófonos. Se reveló como marca de sensibilidad única, forjada en el caldero de los cabildos, en fiestas de bembé y en el eco de las rumbas de cajón.
Cuando la radio buscaba talento “auténtico”, los ojos se volvían, inevitablemente, hacia este territorio de fecundidad inagotable.
La primera gran embajadora de este sonido fue, sin duda, Rita Montaner, “La Única”, primero en la CMKD, y luego en la CMQ, con una versatilidad arrolladora. Su voz podía ser la de una soprano lírica en una zarzuela al mediodía y, en el siguiente programa, la de una rumbera gutural en un son montuno.
Rita fue Guanabacoa encarnada en una mujer clásica y popular, blanca y negra, todo a la vez. En el estudio, su personalidad rompió moldes y abrió el micrófono para todos los que llegaron después.
Tras ella desfiló una legión. Ignacio Villa, “Bola de Nieve”, el genio tímido, llegó a los estudios con su piano y una voz de terciopelo rasgado. Sus interpretaciones en programas como “La Corte Suprema del Arte” o en transmisiones de la RHC Cadena Azul fueron cátedras de cubanía. Tomó el filin, el bolero y la canción, para inyectarles su picardía y una profundidad que solo podían salir de su Guanabacoa inseparable.
Entre los intérpretes actuales, otro de sus hijos es Pedrito Calvo, con su voz ronca, potente y carismática; artista de presencia escénica única y emblemática, portador de éxitos que definieron el «songo» junto a Los Van Van.
Quedan más, pero hay uno imposible de omitir. Es el más universal de los compositores cubanos de todos los tiempos: Ernesto Lecuona. Fue la máxima expresión de la música culta cubana, y puente entre lo clásico y lo popular, con una creación abarcadora que es diálogo perfecto entre la técnica pianística europea y el alma cubana.
Embajador por excelencia de la música cubana, de influencia perdurable, cuya obra se erige como pilar sobre el que se ha construido buena parte de la música cubana posterior, y que ha influido en músicos de todos los géneros, desde el jazz latino hasta la trova.
Al recorrer las calles de Guanabacoa, parece que de cada ventana sale un eco radial. En la Casa de la Música, en el Museo, en los festivales dedicados a Rita y a Bola, se revive su edad de oro, fruto de un caldo de cultivo cultural denso, donde lo africano y lo español, lo culto y lo popular se mezclaron sin límites sin complejos.
La música de Guanabacoa engalanó la radio con artistas cuyos sonidos fueron actitud, y formas de entender y hacer la cultura cubana; esa que ellos mismos amplificaron para siempre a través del éter.
Sus voces, melodías y cadencias permanecen vibrantes. Son los ritmos de una tierra esencialmente cubana.
Guanabacoa es parte de la Radio Cubana. Y todavía suena.


por