En memoria de Freddy

Llegó para cautivar. Lo hizo con la fugacidad de una estrella. Poco conocida, como el enigma de cualquier novela.  Su verdadero nombre era Fredelina García; en la música, simplemente Freddy.

Es recordada por su voz de contralto, matizada por una profundidad pocas veces imaginada, prescindía de artificios. Por las noches tejió su historia bajo la escasa luz de bares y cabarets. Deslumbró a quienes la escucharon.

Bastaba con que pronunciara las primeras notas de un bolero para que el público quedara atrapado en un silencio reverente

Son testigos las madrugadas del bar ubicado en la esquina de Infanta y Humboldt, donde su voz surgía como un trueno inesperado. Con ella parecían desafiar los estereotipos de la escena. Obesa, negra, madre soltera, trabajadora doméstica durante el día y cantante en las noches, Freddy se convirtió en un fenómeno que todavía se recuerda.

Cocinaba, lavaba y planchaba en casas ajenas, y luego, al caer la noche, se transformaba en un torrente sonoro capaz de estremecer a quienes buscaban consuelo en la música.

Ni en lo más mínimo llegó a ser una diva. Carecía de la imagen glamorosa de las vedettes rubias, y de la maquinaria publicitaria que acompañaba a otras estrellas.

Freddy en sí misma era un misterio que residía en la contradicción entre la vida cotidiana y su talento fuera de serie. Esa dualidad la convirtió en el símbolo de la mujer que cargaba con la dureza de la vida, al tiempo que esparcía felicidad con su canto.

Su único disco de larga duración, titulado simplemente Freddy, apareció en 1960 bajo la dirección de Humberto Suárez. Incluía versiones de clásicos como Noche de Ronda y El hombre que yo amé, que ella transformó en confesiones íntimas. Su voz parecía provenir de un lugar secreto, como si cada palabra estuviera marcada por un destino trágico.

Más allá de la interpretación, era un desgarro vital que convertía las canciones en relatos, a través de un misterio acentuado por una breve trayectoria.

Tras presentarse en escenarios como el hotel Capri y el espacio de televisión Casino de la Alegría, emprendió un viaje que la llevó a Caracas, México y, después, Puerto Rico. En la isla boricua, apenas un mes después, de llegar, su corazón se detuvo a la edad de 26 años el 31 de julio de 1961.

Una vida corta, un solo disco único y una voz que jamás volvió a escucharse en vivo. Su hija quedó en Cuba, al cuidado de una amiga, mientras Freddy, recordada como la Ella Fitzgerald cubana, apelativo que refleja la magnitud de su talento, intentaba abrirse paso en el mercado latino.

Su ausencia y un silencio abrupto, alimentan la leyenda: ¿qué habría sido de Freddy si el destino le hubiera dado más tiempo?

Autor

  • Tomás Alfonso Cadalzo Ruiz (Cienfuegos, 1951). Miembro de la UPEC y de la UNEAC. Periodista, escritor y director de programas de Radio. Autor de varios libros en México y en Cuba, entre ellos, "La Radio, utopía de lo posible". Colaborador del Portal de la Radio Cubana desde su salida al aire. Escribe además para espacios de Radio Progreso, Radio Ciudad del Mar y el periódico "5 de Septiembre".

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