El primero de diciembre siempre amanece una Cuba diferente. Algo en el aire se afina, como si las calles, los barrios y la brisa del mar que nos rodea se pusieran de acuerdo.
Este es el Día del Locutor. Lo destinamos a felicitar, celebrar y festejar las voces presentes en una cotidianidad que hace de ellos los anfitriones por excelencia.
La locución en Cuba es vocación que se aprende y se perfecciona. Es también heredera del alma popular que cuenta historias en el hogar, la parada del ómnibus o a la sombra de una ceiba. Sus raíces son primitivas, como las del pregonero que rima el mango, la guayaba o el maní bajo el sol del mediodía.
El locutor cubano carga con toda esa rica herencia de oralidad; de ritmo que baila entre lo formal y lo callejero, entre la solemnidad de una noticia, la picardía del chiste, y el ritmo de cualquier melodía.
Nuestra locución es manantial de verbos en plena cubanía.
Sus voces nunca son neutras. Muestran matices que interpretan los sabores de la tierra. Tienen historias, epopeya, anécdotas, cantares y romances. Son, además, una narración beisbolera con sabor a café.
Nuestros profesionales de la palabra son depositarios de una tradición nutrida con savia de pueblo que se renueva una y otra vez.
En esta época, cuando las pantallas dominan y los algoritmos filtran cuanto se escucha, el locutor cubano continúa y perdura en la radio, en los mensajes durante los ciclones y en los poemas de la noche. Más allá de un oficio, es acto de memoria, resistencia sonora y amor por la palabra veraz y bien dicha.
Hoy celebramos las voces que nombran, acogen, despiertan y que muchas veces acarician, salvan o consuelan. La locución en Cuba es la palabra viva del tiempo.
Profesión, oficio, vocación; incluso arte mayor en un desempeño que mucho tiene de nutriente para el intelecto.
Locución que enorgullece. Vocación de altura. Esa es la de los hombres y mujeres que en Cuba, a través de épocas y desde el micrófono, se dan en plenitud con actitud de entrega y con generosidad hacia quienes los escuchan.


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