Martí, un camino para salvar lo que merece ser salvado
Vivimos en un mundo de constantes, cambiantes y renovadas crisis. No es en absoluto una visión catastrofista o basada en un pesimismo crónico del que bajo ningún concepto me declaro militante, sino una realidad a la que, lejos de temerle, toca seguir haciendo frente como concepto primario de supervivencia. Crisis económicas y políticas generan, a su vez, crisis sociales y son, en definitiva, un amasijo de inestabilidades que complejizan sobremanera los esfuerzos globales de paz, entendimiento, colaboración y respeto a las soberanías nacionales. Lógicamente, esos procesos convulsos que parecieran, por su frecuencia y variabilidad, explosiones espontáneas, no lo son en absoluto. Si bien es cierto que, para bien o para mal, generan cambios, también lo es que siempre existe un alguien al que le convienen, un alguien que se beneficia de ellas, y las convierte en su proyecto particular de realización. Si en el título de este texto se hace referencia a Martí, por qué iniciar entonces con tales reflexiones que, aparentemente, nada tienen que ver con el Apóstol. La razón es muy sencilla. Primero, y más importante, porque Martí tuvo la visión de desenmascarar a tiempo a uno de esos actores tristemente célebres a los que, como a ningún otro, convienen ciertas crisis, al punto de convertirse en notables impulsores de ellas. A veces de forma solapada e hipócrita pero, a la altura del siglo XXI, con el mayor descaro y cinismo que alguien pudiera imaginar. La segunda de esas razones pasa por un tamiz mucho más delicado, y viene a constituirse, precisamente, en el objetivo esencial de estas reflexiones. LA CRISIS DE LOS PARADIGMAS Hay un lado mucho más oscuro tras las incesantes convulsiones de las sociedades modernas, que es difícil observar a simple vista. Un proceso lento, que transcurre agazapado tras la violencia, las sucesiones de poder …