Saber morir para vivir
Setenta y un años después, vencidas la muerte y la conjura, vuélvese derrame de justicia el sacrificio. Atrapado el sueño, cumplida la promesa, tiene facción de niña y niño la sonrisa, de tez mestiza, de blanca, de mulata. Hija de la «tormenta» de aquel amanecer de 71 años, la piel de la justicia despintó los estatus, y así va por todo el archipiélago.