El hombre de la edad de oro
Exhibo con orgullo la portada de este libro. Desaliñada por el paso del tiempo y el uso continuado – para eso son los buenos libros – la contemplo hoy, a la vuelta de cuarenta y siete años más hermosa que nunca; incluso más que aquel lejano día cuando uno de mis tíos me lo trajo como regalo que hoy le agradezco como nunca antes porque con apenas diez años, a veces no se puede estimar el valor de un buen libro. Es la etapa de jugar, vivir despreocupados de muchas cosas que nos rodean, excepto del afecto filial – ¡del que disfruté abundantemente! – y sólo al pendiente de la escuela, las tareas, el rato de jugar y ese instante, casi ritual, de sentarnos a la mesa para degustar el diario sustento.