Democracia a cañonazos

Tres mil muertos entre militares y civiles; cifra de desaparecidos aún incierta. Objetivo: restaurar la democracia y dar bienestar al pueblo; un barrio, El Chorrillo, casi desaparecido, como una puñalada al pueblo de Panamá. País invasor: Estados Unidos de Norteamérica, por supuesto. Un 20 de diciembre de 1989 se produjo el crimen, o digamos más bien, la masacre inaudita, calificada cínicamente como Causa Justa. Pretexto: arrestar al entonces militar presidente Manuel Antonio Noriega y restaurar la democracia.

Espectáculo dantesco aquel que produjo tanto sufrimiento a un pueblo. Decenas de civiles aniquilados que se acumulaban en las calles, sin que a sus familias se les permitiera rescatar sus cuerpos, e incluso, vehículos militares cruzaban por encima de ellos en un acto de extrema crueldad, como acostumbran los defensores de los derechos humanos tan preocupados por la democracia.

La invasión destruyó gran parte de la infraestructura de Panamá; miles de seres quedaron sin hogar; independiente del barrio El Chorrillo también hubo víctimas en Colón y Río Hato, zonas bombardeadas e incendiadas indiscriminadamente.

Ni siquiera delimitaron en sus bombardeos a los blancos militares de la población civil, en evitación de tanto daño causado a sus pobladores. Es que,  depredadores que son, actúan como las bestias y no les resulta de interés la vida de otros seres humanos, sobre todo si son habitantes de pueblos “inferiores, o del sur”.

Para estos señores bombardear, aniquilar, y causar tanto sufrimiento es algo así como un deporte. Como es conocido para cualquier persona que analice un poco la historia de Estados Unidos, comprobará muy fácilmente el enorme rosario de invasiones y guerras declaradas o no, contra países que no responden a sus dictados y aspiraciones de supremacía a escala global, incluso ganando adeptos y lacayos como  por ejemplo, Rafael L Trujillo de República Dominicana, del cual un presidente de EE.UU. dijo: “Sí, yo sé que es un “hijo de…”, pero es nuestro “hijo de…”.

Panamá fue una víctima más. Pero antes y después otros pueblos sufrieron la barbarie, comprobándose así hasta dónde puede llegar el imperio en su carrera desenfrenada por la supremacía a escala global. Tomemos solo  dos ejemplos,  Afganistán e Irak. En ambos países los muertos en esas contiendas superaron el millón de seres humanos y la destrucción de  lugares patrimonio de la humanidad.

Vea usted una realidad: cuando muere un soldado yanqui como consecuencia de su participación en una guerra, Estados Unidos lo recibe, en un acto solemne, con honores militares, y su cadáver lo cubren con la bandera nacional. Pero cuando mueren miles por defender su patria, víctimas de una guerra declarada por el imperio, entonces sus gobernantes y medios de comunicación callan, silencio absoluto, y, en todo caso, estaban en el lugar y momento inadecuado; pasan al olvido. ¿Se puede concebir cinismo tal?

Y toda esta barbarie tiene un principio que, para el yanqui, resulta  inviolable: son los designados por alguna divinidad que nadie conoce para dirigir al mundo y consecuentemente toda la humanidad tiene el deber de obedecer.  Por tal razón poderosa han sido capaces de hasta asesinar a sus propias tribus de indios que poblaron su territorio por la gran necesidad de emporios millonarios, de modo que prevaleciera el dólar por encima de aquellos seres humanos laboriosos.

Y en el colmo de injusticia, a posteriori, el mundo ha visto en las películas cómo el humilde era convertido en asesino del hombre blanco y éste en víctima de aquellos. Pero no serán eternos como imperio. CAERÁ ESTREPITOSAMENTE. NO LO VERÉ, PERO CAERÁ.

Autor

  • Silvio José Blanco Hernández

    Silvio José Blanco Hernández. Colaborador del Portal de la Radio Cubana. Destacado y multipremiado periodista, escritor, asesor y analista de información. Es autor de libros como "La radio, técnica, arte y magia", y "Los programas informativos de la radio... Y algo más", entre otras obras y materiales investigativos con importantes aportes metodológicos al medio radial.