En las tardes habaneras de los años 40, mientras el humo de los cigarros se mezclaba con el aroma del café recién colado y las guitarras soltaban suspiros por cualquier parte, una voz cargada de fuego irrumpía en las esquinas bohemias y las radioemisoras.
Era César Portillo de la Luz, el pintor de brocha gorda que se transformaba en poeta de las cuerdas y el bolero. Hoy, a tres años de su centenario y con su eco todavía vibrando en las frecuencias de la memoria radial cubana, recordamos al fundador del filin, esa suerte de susurro jazzístico – ¡bien cubano! – que revolucionó la canción y que tuvo en la radio su primer gran escenario.
Nacido el 31 de octubre de 1922 creció en una familia humilde, de padre tabaquero y constructor, y madre ama de casa. Autodidacta hasta la médula, se relacionó con su primera guitarra en tríos improvisados, bajo la influencia del jazz de Glenn Miller y el impresionismo que le llegaban a través de discos prestados. «La música se afincó en mi espíritu y no he podido desprenderme jamás de ella«, confesó años después en una entrevista que resumía la sencillez de su genio.
Por el día, pintaba edificios con su hermano; por la noche, soñaba con melodías que hablaban de amores rotos y noches cubanas, cual mulatas ataviadas de estrellas.
Su bautizo profesional fue de puro filin cuando, en 1946, debutó como guitarrista en la radio en el programa «Canciones del Mañana» de la Mil Diez, junto a su pareja Rebeca, quien rasgueaba la segunda guitarra. Aquel espacio semanal se convirtió en el trampolín que catapultó su popularidad entre el público habanero, quienes sintonizaban sus receptores para oírlo cantar.
En 1947 vendió su propio tiempo en Radio Lavín, para actuar como trovador solitario y estrenar temas perfumados de tabaco y pasión. «Allí estrené algunas de mis primeras canciones», recordaba, mientras su guitarra tejía puentes entre el bolero tradicional y las armonías jazzísticas que definieron al filin.
Pronto formó su grupo –con Frank Domínguez al piano y Gastón «Laserie» en la batería– y animó cabarets legendarios como el Sans Souci y el Gato Tuerto. Pero la radio fue su verdadera casa. En 1959, en Radio Progreso, presentó «Canciones en la Tarde», un espacio que prolongaba sus noches de bohemia en las ondas, para llevar el filin a los hogares de Cuba y más allá. Incluso tuvo su propio espacio titulado «Feeling Season», un homenaje viviente al género que él y José Antonio Méndez forjaron en tertulias anónimas.
De sus tertulias, en 1946 nació «Contigo en la distancia», que compuso tras un desamor que le partió el alma. «Expresé el problema del complemento que representa la otra parte en la pareja«, llegó a comentar. Grabada por el crooner mexicano Fernando Fernández aquel mismo año, ese bolero cruzó océanos. Nat King Cole lo versionó al piano, Plácido Domingo lo elevó a la ópera, y Caetano Veloso lo abrazó en Brasil. En 1954 le siguió «Tú, mi delirio», otro diamante con más de cien versiones, y joyas como «Noche cubana», «Realidad y fantasía» o «Canción de un festival».
César fue mucho más que un hitmaker, como se le llamaría a un “hacedor de grandes éxitos musicales”; fue el alma del filin, ese «diálogo intimista con el público» que liberó al bolero de sus ataduras rítmicas para dejarlo flotar en armonías libres. Hasta su partida, el 4 de mayo de 2013 a los 90 años, compuso y enseñó guitarra, fiel a su mantra de: «Canto, luego existo«.
En emisoras como Radio Progreso o Cadena Habana, su voz resuena en homenajes perpetuos. En un mundo postmoderno de algoritmos y streams, César Portillo de la Luz avisa, con su obra, que las mejores canciones nacen para viajar, eternas, por las ondas de la radio.
¡Contigo, maestro, en la distancia!


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