En múltiples ocasiones en cartas, trabajos periodísticos, discursos y en poemas José Martí patentizó el gran amor y compromiso que tenía con su tierra natal y también lo que sentía por ser cubano.Él por ejemplo precisó en la sección En casa, publicada en el periódico Patria el 10 de abril de 1892:
“Nuestra tierra tiene su color y poesía, y nada ayuda tanto a la libertad como el conocimiento de que se es persona por sí, con raíces en el país en que se vive, y no arria y reflejo.”
También en otra oportunidad en el mes de junio de ese año en una carta al Presidente del Cuerpo de Consejo de Jamaica destacó que todo debe sacrificarlo a Cuba un patriota sincero, hasta la gloria de caer defendiéndola ante el enemigo.
Martí igualmente detalló, en este caso en un material reflejado en el periódico Patria, el 19 de agosto de 1893:
“Cuba no anda de pedigüeña por el mundo: anda de hermana, y obra con la autoridad de tal. Al salvarse, salva. Nuestra América no le fallará, porque ella no falla a América.”
Además comentó con respecto a las características del pueblo cubano y señaló en forma metafórica en un trabajo titulado Crece en el periódico Patria el 5 de abril de 1894:
“En Cuba son más los montes que los abismos, más los que aman que los que odian; más los de campo claro que los de encrucijada; más la grandeza que la ralea.”
Ya desde mucho antes de las fechas citadas Martí había expuesto cómo sentía la causa de la independencia de Cuba y la actitud que él asumía en tal sentido.
El 23 de junio de 1885 en una comunicación dirigida a los cubanos residentes en la ciudad estadounidense de Nueva York, él expuso:
“Mis compatriotas son mis dueños. Toda mi vida ha sido empleada y seguirá siéndolo en su bien. Les debo cuenta de todos mis actos, hasta de los más personales; todo hombre está obligado a honrar con su conducta privada, tanto como con la pública, a su patria”
En ese breve pero significativo mensaje planteó que no tenía más derecho al dirigirse a los cubanos que vivían en Nueva York y que compartían con él sus ideales patrióticos que el hecho de ser uno de los que amaba bien a su patria.
No resulta extraño que Martí hiciera ese planteamiento puesto que en todo momento estuvo consciente, y fue capaz de llevar a la práctica, otro principio significativo por él expresado, puesto que consideró que todo hombre honrado puede dar cuenta de sus actos en todo momento; y debe estar siempre presto a darlo.
De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal para levantarnos sobre ella.
José Martí
Durante su breve pero fecunda existencia Martí se sintió siempre comprometido con la causa de su Cuba querida y en correspondencia con ello actuó y padeció, desde joven, primero el presidio y la realización de trabajo forzado y después el destierro.
En un discurso que pronunció en Tampa el 26 de noviembre de 1891 señaló que de altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella.
Y agregó en la citada intervención que no había palabra que se asemejase más a la luz del amanecer, ni consuelo que se entre con más dicha por nuestro corazón, que esta palabra inefable y ardiente de cubano.
Martí no escatimó esfuerzos ni se dejó vencer por incomprensiones, ni por problemas de salud, ni por obstáculos aparentemente insalvables.
Fue capaz de reunir e incentivar a viejos luchadores y motivar a muchos jóvenes para que dieran su aporte a la causa de su pueblo.
Y él se autoexigió enormemente puesto que, no obstante la ingente y fructífera labor realizada durante años en la reorganización de lo que calificara como la Guerra Necesaria, le pareció que todavía había hecho muy poco por Cuba.
Esto lo hizo constar en una carta dirigida a su gran amigo y colaborador Gonzalo de Quesada y Arosteguí, a quien le señaló el 1 de abril de 1895 cuando ya estaba próximo a dirigirse hacia Cuba para dar su contribución directa al desarrollo de la guerra:
“De Cuba, ¿qué no habré escrito?: y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno.”
Y unos años antes en un discurso pronunciado en este caso el 17 de febrero de 1892 en el Hardman Hall de Nueva York, Martí también habia enfatizado que el cubano es capaz del amor, que hace perdurable la libertad. Asimismo en una publicación en Patria el 7 de mayo del propio año igualmente destacó que el cubano ama la gloria porque es capaz de ella y ama a los que pasean por el mundo la gloria de su patria.
En un artículo titulado Persona y Patria, publicado en Patria, el 1 de abril de 1893, Martí hizo el siguiente planteamiento al resumir las características de los cubanos:
“El cubano, indómito a veces por lujo de rebeldía, es tan áspero al despotismo como cortés con la razón. El cubano es independiente, moderado y altivo. Es su dueño y no quiere dueños. Quien pretenda ensillarlo, será sacudido.”
Del gran amor que sintiera Martí por su tierra natal y el orgullo que hizo evidente por sentirse cubano, han opinado diversas personalidades, incluso extranjeros que tuvieron la posibilidad de conocerlo.
Cito hoy lo manifestado por Domingo Estrada quién fue un diplomático y literato guatemalteco que trató a José Martí durante su estancia en ese país centroamericano.
Su valoración acerca de Martí aparece reflejada en el libro de Gonzalo de Quesada y Miranda Así vieron a Martí, procesado por la Editorial Ciencias Sociales en La Habana en 1971.
Estrada manifestó:
“¡Así amaba él a Cuba! A ella ofrendó cuanto tenía: su vasta inteligencia y su energía rara, su vibrante palabra de tribuno, y esa pluma famosa que sólo abandonó para empuñar la espada. Cuanto podía tener puestos y honores, placeres y riquezas, las dichas del hogar tranquilo y todos los demás amores de su alma. Oro: ¿no habría ganado cuanto hubiese querido José Martí, el primer literato de la América Latina? Los periódicos más reputados se disputaban sus correspondencias; no se hubieran contado las ediciones de sus libros; dos repúblicas del sur se habían honrado, haciéndole su cónsul en el emporio comercial del continente. Y a todo renunció. Vivió pobre, vivió aislado, con austera y laboriosa vida, trabajando en tareas inferiores a su talento hermoso, vendiendo, como el héroe del cuento de Daudet, algunas migas de su cráneo de oro, a fin de obtener el pan que necesitaba para sí y para sus hermanos, los hijos errantes de la madre Cuba. Y todo lo demás de su tiempo, de su energía, de su poderosa intelectualidad, lo consagraba a la gran obra de que era el cruzado, el apóstol, el mesías. Así en Nueva York populosa, inmensa Babel, colmena desmedida, adonde va la rebalsa de los pueblos, se le podía ver corriendo aprisa entre las compactas muchedumbres que agitan la sed de lucro y los afanes intensos de la vida, para llevar al diario o a la imprenta un artículo, una traducción, un trabajo cualquiera que pusiese algunas monedas en su mano desdeñosa, y le permitiera esparcir su propaganda y perseguir su sueño