Un locutor es parte de nosotros mismos
Largirucho, quijotesco, dueño absoluto, avanza por la pista del teatro Karl Marx. Ya no es ningún niño, pero está danzando. En un manojo de palabras atrapa la historia, la dimensión de la artista que le toca presentar. La borda en el aire, nos la entrega. Por un instante la voz se quiebra, la emoción aprieta, el público se desborda. Germán Pinelli abraza a Rosita Fornés.