Un monumento erigido a la esperanza

Lo supo Martí, con ese pensamiento cuyo alcance trascendió barreras temporales: era imprescindible liberar a Cuba, para contener el avance imperialista sobre los pueblos de América. Esa seguridad martiana perduró, y devino esperanza certera, sueño latente, ineludible responsabilidad. Aquellos que le siguieron en ideales, voluntad de acción y sacrificios incalculables por la Patria, también lo comprendieron y, en consecuencia, han obrado desde aquel día glorioso de 1959. Lo cierto es que, con el mérito de haber levantado una Revolución en las narices de aquellos cuya prepotencia les hace creer que, por ley divina, están predestinados a poseer lo que llaman su patio trasero, Cuba logró dos cosas esenciales: primero, demostrarles que todo el poderío económico y militar existente sobre la faz de la Tierra no puede contra la decisión de los pueblos de ser libres, de cambiar para bien el curso de su historia. Segundo: que estas lastimadas tierras de América tienen suficiente valía como para asumir el derecho de negarse al yugo, y alzar orgullosas su propia estrella. Sin embargo, el mérito de este archipiélago va mucho más allá, y quizá el término para acuñar nuestro legado, ya imperecedero para el mundo, sea, sin lugar a duda: resistencia. No solo decidimos apostar por un sistema social alternativo, humano, sino que contra todos los pronósticos de aquellos que tantas veces han puesto fechas de declive a nuestra obra, aquí estamos, batallando sin descanso contra las tempestades que nos impone nuestra digna rebeldía, y enfrascados como nunca antes en la sostenibilidad, el perfeccionamiento y la continuidad de este coloso de ideales y justicia que es la Revolución Cubana. Pero quien, como nosotros, se gana el derecho de portar una antorcha libertaria, asume con él la enorme responsabilidad de iluminar desde su ejemplo los senderos que el capitalismo neoliberal ha oscurecido; para …

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La fortaleza de este pueblo supera todo intento de comparación

La explosión de un emblemático hotel en una céntrica esquina de La Habana, el peor incendio en la historia de Cuba, un huracán categoría tres partiendo en dos el occidente de la Isla, lluvias intensas, dengue… han hecho de 2022 un año extremadamente complicado. Por accidentes o por la furia de la naturaleza, las malas noticias se han sucedido, estremeciendo las fibras de un país que ha sufrido en el alma cada tragedia. No importa cuán lejos se haya estado de ellas, que nunca se vaya a conocer a quienes lo perdieron todo o a aquellos que ya no estarán más. El dolor ha sido casi tan grande como la solidaridad que ha brotado por todas partes para ayudar. La COVID-19 y todo lo que de ella se ha derivado, junto a la política hostil de Estados Unidos, ya eran, por sí solos, un duro obstáculo a sortear, cuando en la mañana del 6 de mayo, una violenta explosión originada por un escape de gas, destruyó el hotel Saratoga y provocó afectaciones en otros 23 edificios de la capital cubana. «Parece que La Habana entera se ha movilizado hasta allí», describía poco después un reporte de Granma, y comparaba al Saratoga, o lo que quedaba de él, con una de esas casas de muñecas a las que se les puede ver el interior. «Pero nada hay de inocente en el espectáculo de acero y cemento hechos jirones», advertía el texto. «Los ojos no quieren ver, pero ven, las sábanas cubriendo los cuerpos, y así se confirma lo evidente ante ese escenario…». En total, el accidente dejó un saldo de 99 lesionados y tras arduas jornadas de búsqueda entre los escombros, se certificó la muerte de 45 personas. Como si no hubiera sido suficiente desgracia, una descarga eléctrica sobre el domo …

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La epopeya del Granma, o el baluarte de la defensa nacional

Hay tanto de simbólico en aquel amanecer memorable en el que un desembarco azaroso se convirtió en una epopeya de arrojo juvenil, que la historia nos convoca, cada año, a rememorar la fecha del 2 de diciembre de 1956 como uno de los referentes ineludibles en los que se sustenta la épica resistencia del pueblo cubano. Cómo no estremecerse entonces al repasar el tortuoso camino –entre mangles, ciénaga y tramos espesos de raíces y troncos partidos– que tuvieron que recorrer durante dos horas los 82 expedicionarios del yate Granma, antes de pisar tierra firme con llagas en los pies, heridas en el cuerpo y la amenaza de la aviación enemiga sobre sus cabezas. Cómo no asombrarse ante la voluntad descomunal de aquellos bisoños revolucionarios que, liderados por Fidel, venían decididos a «ser libres o mártires», porque la Patria ultrajada aguardaba, anhelante, otro grito de guerra que volviera a prender la llama libertaria de Céspedes, Maceo, Gómez, Martí y Mella. Cómo no reverenciar a los héroes de aquella gesta, quienes solo tres días después del desembarco tuvieron su bautismo de fuego en Alegría de Pío, con un saldo doloroso de tres combatientes caídos, la fractura de la columna, y la dispersión de los revolucionarios, algunos de los cuales fueron víctimas de la cacería humana desatada por el ejército batistiano. Pero ese revés no quebraría el espíritu de lucha de aquel grupo de incipientes rebeldes, en cuya palabra empeñada estaba la promesa de un futuro posible de independencia y soberanía para Cuba. Cinco Palmas lo reafirmaría luego en aquel reencuentro entrañable entre Fidel y Raúl, marcado por la convicción plena en la victoria, aunque en ese momento solo contaran con ocho hombres y siete fusiles. El líder lo vaticinaría eufórico: ¡Ahora sí ganamos la guerra! Así se comenzó a pintar de verde …

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El escabroso camino del coraje

Desde hace 66 años, el 30 de noviembre de 1956 es sinónimo, con merecida justicia, de rebeldía, coraje, de honor en el cumplimiento del compromiso contraído, aun a riesgo de la vida, de apoyo popular a la lucha revolucionaria, de sangre joven y fértil ofrendada a la Patria en pos de un ideal. Pero rara vez se le analiza desde otra dimensión prácticamente desconocida: su significado en relación con el complejo entramado de fuerzas políticas de oposición a la dictadura de Fulgencio Batista. Lejos de constituir una acción unilateral y en solitario del Movimiento 26 de Julio, en esa fecha debió haber ocurrido, según lo planeado, un levantamiento concertado de varios sectores insurreccionales, con el propósito común de derrocar a la dictadura. Desde julio de 1956, cuando en un giro táctico incomprendido por algunos, Fidel modificó la antigua línea de independencia política, de origen chibasista, y convino en llegar a pactos con otras fuerzas, el Movimiento participó en varias gestiones que buscaban tejer la alianza más amplia posible. Partía de la convicción de que ningún grupo podía en ese momento, por sí solo, producir la caída del régimen, y de que la única manera de alcanzar ese objetivo era uniendo, «sin excepciones ni exclusivismos de ninguna índole», todos los hombres, todas las armas, todos los recursos, de las organizaciones dispuestas a la lucha. Solo así podría obtenerse «un triunfo seguro y fulminante». «¡Después, ya veremos!», sería la respuesta de Fidel ante las preocupaciones por las amenazas que, para el futuro proyecto revolucionario podían implicar los compromisos con algunos de esos sectores, como los seguidores del depuesto presidente Carlos Prío, que pretendían únicamente un retorno al 9 de marzo de 1952. Lo primero era salir de la dictadura, y resultaba indispensable la coordinación de los esfuerzos de toda la oposición insurreccional …

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