La ausencia física de Fidel Castro hace siete años -según algunos- significó el fin de una era en la historia, marcada por aquel hombre todo coraje que encabezó en la pequeña Cuba una Revolución capaz de sacudir al mundo.
Pero lo cierto es que desde su altura de político sagaz y lúcido, el de las jugadas maestras frente a tantos contrincantes y habilidad anticipadora de sueños posibles, sigue siendo un líder de estos tiempos, más allá de efemérides y nostálgicas remembranzas.
Fidel vivo. Así hay que asumirlo en su pensamiento, sus alertas, cada día más necesarias y que debemos multiplicar pues -como él dijo- luchar por una utopía es, en parte, construirla, y la Revolución debe entenderse como un proceso en permanente continuidad.
A Fidel hay que recurrir en esta marcha que recaba ideas, temple, sentimiento y conciencia de Patria para conquistar la sociedad socialista y próspera.
Hecho pueblo
Capítulos enteros de la Historia de Cuba llevan el nombre propio de Fidel encabezándolos. Partió a la inmortalidad en la fecha en que se cumplían 60 años de la salida del yate Granma desde México rumbo al oriente cubano, con 82 expedicionarios prestos a iniciar la Revolución en la Sierra Maestra.
Fidel sigue en la proa. Lo dijo José Martí: “Para ir delante de los demás, se necesita ver más que ellos”. Y va hecho pueblo el que defiende firmemente su dignidad ante agravios y delirios anexionistas, el que NO inclina su bandera, el que -en tiempos tan difíciles- sigue en pie y avanza a pesar del grillete imperial que tan dolorosa y honda huella deja, y algunos bochornosamente silencian.
Ese pueblo tiene el mandato histórico de Fidel de hacer crecer la Revolución, llevarla adelante con búsquedas propias, rectificando errores, siempre del lado de la verdad y la unidad.