Lección de diplomacia en la era Trump: «o están conmigo o no hay dinero»

Durante su discurso del Estado de la Unión, efectuado ante el Congreso, el mandatario norteamericano siguió la tradición de pasar balance a su primer año en la Casa Blanca y acuñó una nueva filosofía al estilo de George W. Bush y su «o están conmigo o están con los terroristas».

El magnate neoyorquino, más acostumbrado a los negocios que a otra cosa, encontró ahora su propia fórmula para el desastre: «o están conmigo u olvídense del dinero».

Ocurrió mientras hablaba sobre su polémica decisión de mover a Jerusalén la Embajada estadounidense en Israel, lo que ha levantado una ola de indignación global por sus posibles consecuencias en el conflicto palestino.

Añadió al respecto que, poco después de anunciar la medida, «decenas de países votaron en la Asamblea General de las Naciones Unidas contra el derecho soberano de Estados Unidos a hacer este reconocimiento».

Recordó que esas mismas naciones -fueron en realidad 128, incluidos sus mayores aliados- recibieron solo el año pasado 20 000 millones de dólares en ayuda económica.

«Es por eso que esta noche le pido al Congreso que apruebe leyes para ayudar a garantizar que los dólares para ayuda al extranjero siempre sirvan a los intereses estadounidenses y solo vayan a los amigos de Estados Unidos», dijo.

La filosofía no es novedosa, aunque nunca se había mostrado tan claramente. La Casa Blanca ya amenazó con cortar toda la cooperación con Pakistán, uno de sus aliados en la lucha contra el terrorismo, en caso de que no cumpliera al dedillo una lista de demandas.

Lo mismo sucede con la ayuda a los refugiados palestinos, que se está utilizando con chantaje para lograr concesiones a favor de los intereses israelitas.

Pero las amenazas con la chequera en la mano no están reservadas para los «adversarios», sino que tocan también a los amigos de toda la vida.

«La época de la rendición económica de Estados Unidos terminó», dijo el Presidente en el mismo tono nacionalista y proteccionista que lo catapultó a la Casa Blanca. Añadió que los negocios con su país a partir de ahora tendrían que ser «justos» y «recíprocos».

«Trabajaremos para corregir los malos tratos comerciales y negociar nuevos. Y protegeremos a los trabajadores estadounidenses y la propiedad intelectual estadounidense a través de una estricta aplicación de nuestras reglas comerciales».

Desde el fin de la II Guerra Mundial, Estados Unidos es el principal abanderado del libre comercio, con el que ha logrado mantener su primacía económica global y gratificar a los países que se alinean con sus intereses geopolíticos.

Sin embargo, la nueva administración parece convencida de que es hora de pasar la cuenta. Europa calibra desde hace meses su respuesta a una medida proteccionista de Trump y en Bruselas aseguran que están dispuestos a actuar para proteger sus intereses.

China, del otro lado del mundo y en un ascenso vertiginoso, está dispuesta a ocupar los espacios que deja Washington.

Si ese es el trato que reserva el nuevo ocupante de la Casa Blanca para quienes lo secundan, no es de extrañar que el discurso en el Estado de la Unión haya sido prolífico en amenazas contra los países que se resisten a seguir sus órdenes.

Trump se vanaglorió de las sanciones que ha aplicado contra Cuba y Venezuela, sin ahondar demasiado en el tema.

Rodeado de un grupo minoritario y recalcitrante de la comunidad cubana en Estados Unidos, Trump anunció el 16 de junio del año pasado en Miami nuevas medidas para fortalecer el bloqueo y hacer más difíciles los viajes entre los dos países.

Con excusas sin evidencia alguna, el Departamento de Estado también redujo en septiembre último el personal de su Embajada en La Habana y paralizó la entrega de visado, al tiempo que exigió la salida de 17 diplomáticos cubanos en Washington.

La nueva administración también anunció el regreso a políticas fracasadas al poner en marcha la semana pasada una Fuerza Operativa en Internet contra Cuba, que recuerda otros proyectos subversivos como ZunZuneo y Commotion.

Contra Venezuela y sus autoridades legítimas, la nueva obsesión de Washington en la región, se dirige una batería de sanciones que agravan aún más la crisis económica en el país y que se suman al boicot de la derecha.

Trump también se enorgulleció del apoyo de su Gobierno a los protagonistas de los desórdenes internos en Irán a comienzos de este mes, los mismos que llevan el sello de las operaciones encubiertas de la CIA, según varios analistas.

Continuó con su escalada de tensiones contra la República Popular Democrática de Corea y se dedicó a fanfarronear sobre sus supuestos éxitos en la lucha contra el terrorismo.

A pesar de haber prometido durante su campaña el fin de las guerras fracasadas de Estados Unidos en Irak y Afganistán, Trump aumentó el número de efectivos desplegados en Oriente Medio y otorgó un extra de 80 000 millones de dólares al presupuesto del Ejército para el año fiscal 2018.

En otro guiño al sector militar, el mandatario aprovechó el Estado de la Unión para anunciar que había firmado un decreto para poner fin al cierre de la prisión estadounidense en la Base Naval en Guantánamo, ubicada en territorio ilegalmente ocupado.

El fin de ese controvertido centro de detención -mas no la devolución del territorio a Cuba- fue una de las principales promesas del exmandatario demócrata Barack Obama, quien no pudo cumplirla durante sus ocho años de Gobierno por la resistencia del Congreso.

«Pero debemos ser claros: los terroristas no son simplemente criminales; son combatientes enemigos ilegales», dijo Trump. «Y cuando son capturados en el extranjero, deben ser tratados como los terroristas que son».

Precisamente la cárcel en Guantánamo se hizo famosa por las imágenes de soldados estadounidenses torturando a los detenidos, lo cual conllevó a varios proyectos de ley para tratar de prevenir incidentes similares.

La declaración de Trump parece indicar que preservar los derechos elementales de los prisioneros no será siquiera una preocupación de su Gobierno.

Pero, más allá de lo que haga Estados Unidos con su política de detenciones arbitrarias, la demanda de Cuba y muchos otros países del mundo sigue centrada en el fin de la ocupación ilegal de ese territorio en Guantánamo.

Trump, claro está, no mencionó ese tema en la noche del martes. Quizá desconoce la historia o estaba demasiado centrado en parecer «presidenciable» ante una audiencia que lo aplaudía -menos los demócratas-, pero que a sus espaldas se burla de la ignorancia e incapacidad de gobernar del Presidente, que hace titulares en los principales medios de comunicación de ese país e incluso en los estantes de las librerías.

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