Miguel Barnet: No creo en la muerte (II)
Con aire reposado Barnet me miró ante la siguiente pregunta:
-Dígame algo sobre la lealtad.
-No me gusta esa palabra ni para nombrar una calle. Creo en la honestidad. Tampoco me gusta la fidelidad. Son sentimientos peligrosos. Uno tiene que hacer prevalecer siempre, por encima de todo, su personalidad, cuando cree que tiene razón y que sus objetivos son justos. No puedo rendirle lealtad ni fidelidad a nadie con quien yo tenga discrepancias esenciales. Creo que hay que ser honestos y que una amistad se construye sobre la base de la confianza y de la honestidad. La lealtad es fea, abyecta.


Matanzas, Cuba.- Más de 580 obras compiten por los premios de la XXXII edición del
De raíz catalana rebelde, Miguel Barnet, Presidente de la Fundación Fernando Ortíz y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, ha cumplido 70 años de vida. Por estos días continúan muestras de cariño y respeto hacia él como parte de un festejo discreto, intenso y afectivo. Tal vez por ello retomo esta entrevista que muestra aspectos de la vida de este hombre que, se quiera o no, reúne talento y suerte en el diseño de sus años que ya corren insistentes y provechosos. El cree en los espíritus y yo también, aunque nunca se lo he dicho. Tampoco creo que sea de su interés saberlo. De todas formas retomo aquello que me dijo un día: El cielo es inmenso pero no pare tierra; la tierra, la cosa está en la tierra (refrán africano). Pienso que hay gran verdad en ello pero, susto de cualquier alma en pena, favor de no dejar fuera del tintero ese espacio limpio, puro, enigmático que es el cielo que nos corona. Este es mi homenaje a un hombre de la cultura cubana que respeto.
Yo siempre soñé con ser artista. Digo que soy la mujer más dichosa del mundo porque logré ser lo que siempre quise: actriz. Mientras mis hermanos jugaban a las cosas propias de los niños, yo inventaba dramas y ponía a actuar a mis cuquitas. La primera vez que me paré en un escenario fue cuando estudiaba en la escuela de monjas Las esclavas del sagrado corazón, en Luyanó que era para muchachas pobres, porque mi familia era muy humilde. Allí aprendí mecanografía, taquigrafía…daban también inglés y corte y costura. Un día se escenificó la vida de un santo, creo que fue San Francisco de Asís y yo hice un pequeño personaje. Aquello me fascinó. Era un semiclaustro y no podían entrar hombres, solamente los sacerdotes, y me caracterizaron para hacer el papel de un hombre y cuando terminó mi parte, me quité el maquillaje y me senté en el público y escuché a una madre comentarle a otras, – pero que bien estuvo el muchachito ese de los bigotes -. ¡Ay qué alegría, porque ese era yo!
La