La realidad vista como todo aquello que nos rodea, incluso lo más cercano geográficamente, es inabarcable. Su multiplicidad impide que quepa en una serie o una revista radial, en una filmación audiovisual, en una página impresa o en el ciberespacio.
Incluso, cuando se transmite algo “en vivo y en directo”, solo puede ser apreciado aquello que la cámara enfocó o las voces que los realizadores de la transmisión decidieron como las representativas de determinado acontecimiento. Fuera de lo que el lente muestra, más allá de los criterios emitidos ante un micrófono, la realidad sigue.
En consecuencia, “la realidad mediática” no es nunca la realidad misma. No es espejo del entorno, no puede serlo de manera literal ni absoluta. Es siempre un pedazo de la realidad que se selecciona. Eso no quiere decir, de ningún modo, que no haya aproximaciones inteligentes y sólidas al entorno. Se requieren más que nunca.
La radio es chispa y dinamismo, quienes la hemos hecho lo sabemos bien. Me incluyo sin postureo alguno, sino con orgullo. Sin embargo, hay que cerrar paso a la improvisación ramplona que echa manos al impresionismo, sin que lo respalde un conocimiento profundo ni una investigación.
Hay que abrirse a una radio donde los públicos (así, en plural) participen no solo con una llamada telefónica, un mensaje electrónico, una petición musical; sino con algo más estratégico y decisivo como lo es la conformación de la programación, a partir de sus necesidades y expectativas, justamente para que lo que se radia (irradia) se aproxime más a ese entorno.
Los públicos han de dejar de ser solo “oyentes” para reconvertirse en “participantes”. Esa relación mejoraría la apreciación de unos y de otros, un equilibrio imprescindible entre “complacer” y “educar”, entre “informar” y “entretener”.
¿Se ha convertido esa interrelación en una estrategia de trabajo pensada para las casas radiales cubanas o se deja a la iniciativa individual y la formulación teórica?
Cuando hablo de arte radial no me refiero únicamente a las propuestas dramatizadas. No trazo barreras artificiales entre un cuento y un documental sonoro, entre un programa musical y uno deportivo. Cada espacio, con sus características y demandas, conforma justamente esa pluralidad de propuestas.
Me refiero al arte de saber decir, de saber diseñar una programación, de saber obtener de cada equipo lo mejor posible. De procurar saber cómo es mi entorno y cómo es su gente, para captar algunas de sus constantes o singularidades en la propuesta comunicativa a sostener. Esos conocimientos evitan la fatiga mediática, los alejamientos, las horas infértiles (relleno) y el parloteo.
Sólo apostando a estos quehaceres, potenciando esos saberes, puede realizarse una construcción mediática que se aproxime a su entorno natural, sin lemas, sin calcos, sin abroquelarse en las cabinas. Tocar a la gente es una tarea ardua, pero inexcusable. La radio puede.