La inmigración. Ha tomado tal fuerza que ya resulta inconcebible y, lamentablemente, todo parece indicar que no se detendrá este fenómeno que tanto atenta contra el valor de la vida y la dignidad humana, porque su criminalización está llegando a límites que son, sencillamente, intolerables. Seres infelices son masacrados, perseguidos, expulsados; separaciones forzosas de padres e hijos, y estos últimos hasta enjaulados tal si fueran animales peligrosos. Todo ello es algo así como el sustento ideológico aberrante de quiénes apalean a estos seres en las calles, de los que piden documentos de identidad principalmente a los de piel mestiza o negra. Eso es capitalismo ciego y salvaje con su actual ingrediente principal fascista. Y esa es la maquinaria de terror y muerte del gobierno de EE.UU. atribuyendo sus causas a los países del sur, es decir, a los propios pueblos víctimas de tales desgracias. La génesis de tanto atropello está muy clara: es la miseria, el hambre, la extrema pobreza, la falta de oportunidades sobre todo para la juventud, la situación caótica en que se encuentran los servicios de salud y educación, los altos niveles de delincuencia y extrema violencia (otro factor detonante). Todo ello es consecuencia directa de gobiernos corruptos que han entregado su país a los grandes intereses económicos, principalmente yanquis, con el obvio menosprecio a sus pueblos, y también, por supuesto, a las presiones, abusos y amenazas que han ejercido los poderosos con sus tristemente célebres “convenios de reciprocidad”. Es decir, esto se resume en una fórmula perversa: todo para el gran capital, y alguna pequeña limosna para los desposeídos de siempre. Algo tan curioso como cierto es lo que, en cierta ocasión, afirmó Daniel Ortega, presidente de Nicaragua: “Muchos emigrantes centroamericanos que son deportados a El Salvador, Guatemala y Honduras crecieron y se convirtieron en delincuentes …