La marcha de los pueblos no se detiene

Y ahora mismo, en este minuto de la historia Latinoamericana se cumple cabalmente lo dicho por el Maestro. Nuestro compañero Lula se mantuvo en prisión injustamente durante 580 días; pero sin dudas, al final, se impone la razón.

Y no es la razón de los que oprimen, sino la de los oprimidos, de los olvidados y marginados que se alzan cada vez más contra el crimen y la desesperanza. Los eternos enemigos de los pueblos saben muy bien lo que se gesta en esta hora de la historia, y esa es la razón por la que desencadenan la ira y el odio hasta límites insólitos.

Las fuerzas de izquierda del Brasil presidida por Lula han propinado un golpe demoledor, no solo a un títere servil, sino a las fuerzas más oscuras de la sociedad brasileña. Pero es algo mucho más abarcador: es la demostración indiscutible de la capacidad de un pueblo para derrocar a la injusticia, llámese Bolsonaro, Piñera, Moreno o cualquier otro de la misma jauría.

Ya verán  cómo se derrumba la torre de la injusticia y en su lugar se edifica otra, pero de signo contrario a favor de los pueblos que sufren. Cada día es más evidente que nos encontramos en una nueva configuración de nuestras sociedades. Surgen más fuerzas progresistas; se levanta un clamor permanente para barrer definitivamente tanta injusticia y, sobre todo, tanta servidumbre al neoliberalismo, la globalización de la maldad, y la denuncia permanente al que está detrás de las cortinas impartiendo órdenes para mantener el status quo del gran capital, no otro que el yanqui insolente.

Claro está, lo dicho es bien complejo. De una parte están los pueblos que luchan por su propia dignidad y decoro, pero de otra las fuerzas del gran capital con un enorme poderío en todos los sentidos que está dispuesto a todo para evitarlo; dígase propiciar golpes de Estado, criminalizar a gobernantes honestos, comprar a la justicia, persecución económica y diplomática, campañas de difamación en los grandes medios de comunicación y, como ha ocurrido hasta el asesinato a líderes sociales.

La historia demuestra que por mucho poder que tengan esas fuerzas, jamás han podido destruir las ansias de justicia de los pueblos, aunque para lograrlo haya que asumir enormes sacrificios. Nuestra propia Revolución lo demostró con creces: se luchó contra un régimen de oprobio que contaba con enormes recursos militares y, además, apoyado por la potencia imperial y, sin embargo, fue barrido por el pueblo y su gran líder Fidel Castro.

Ahora, todos debemos abrazar muy fuertemente a Luiz Inacio Lula da Silva. Él ya pertenece, por derecho ganado con grandes sacrificios, a la estirpe de los buenos de Nuestra América, de los que no claudican jamás.

Para él la gloria. A los otros el desprecio.

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