El derecho de Caignet

La Televisión Cubana está saldando deudas con la radio. El derecho de soñar, en sus inicios, no es mero ejercicio nostálgico, sino el acto de poner en su lugar un medio y un género que desde Cuba cambió la historia de la radiodifusión en el ámbito iberoamericano, y ha tenido una incidencia decisiva en la dramaturgia televisual hasta nuestros días. Es demasiado pronto para ponderar el alcance real de la telenovela escrita por Ángel Luis Martínez y Alberto Luberta Martínez, este último a cargo de la dirección, en misión compartida con Ernesto Fiallo. Se sabe que solo los primeros seis capítulos aluden a la época en que El derecho de nacer hizo época, y que después la acción se trasladará a tiempos cercanos, en los cuales la radio sigue siendo brújula y espacio de encuentro entre creadores y audiencias. Pero está bien que en el punto de partida los focos iluminen el suceso de El derecho de nacer. La  gente abandonaba lo que estaba haciendo para pegarse literalmente a los receptores de radio. Podía caerse el mundo alrededor a las ocho y media de la noche, pero nadie perdía ni una palabra del narrador ni una sílaba de los parlamentos de los personajes. Hubo salas de cine que detenían la proyección de las películas y amplificaban la señal radiofónica. Antes y después de cada capítulo, cuando la trama cobró intensidad, se especulaba y discutía, y hasta lloraban caballeros y señoras, personalidades de alcurnia y esforzados jornaleros, burócratas y trabajadoras domésticas, ancianos y jóvenes. Este fenómeno de masas, en medio de la Cuba republicana, demagógica, dramáticamente clasista, y en la que el gangsterismo y la impunidad campeaban, se desató a partir del 1ro. de abril de 1948. La Isla, conmocionada todavía por los ecos de la guerra de pandillas que culminó …

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