Me gusta ser parte, asistir al lugar de trabajo, oler, ver. Cada vez que es posible, me voy grabadora en mano al origen de las cosas, porque eso permite comprender de mejor manera los procesos. Nos hemos detenido demasiado en lo evidente, en los qué, sin sumergirnos suficientemente en los procesos, sin abundar en los por qué.
He caminado un mundo en estos menesteres. He hecho mucho periodismo y mucha radio con pantalones cortos, con sudores, a pie; más para quien escucha la radio y para quien la hace, es mejor hurgar más que contemplar.
Así pues, me llegué al cine Siboney (a sus ruinas), en el centro de Santiago de Cuba, cuando ya los carnavales llenan la atmósfera de la ciudad. Esa es la humilde área de trabajo de Elio Miralles Rodríguez, un chico increíble, que un día, a finales de los noventa, removió el tradicional festejo cuando puso en sus hombros una estructura de fantasía. Había valido mucho su trabajo en el cabaret Tropicana Santiago, al lado de una maestrazo como Pepín Limia.
Justo un hombre radio, Iván Clavería, parte de la conducción en el área del jurado del carnaval, es quien lo bautiza para siempre. “Ahí llega Elio Miralles, el hombre carroza”, le soltó… y así quedó. La radio acuña, la radio es bautizadora.
Elio Miralles extendió su idea, que inicialmente era parte del Paseo de La Placita, y en 2004 crea el Paseo de los Hombres Carroza. Lo más hermoso no son las armazones adornadas con vitrales, flores, elementos diversos, ni los muchachos elegantes que la conducen; sino que el Paseo es un lugar para toda la comunidad, un lugar educativo y reformador para todas las edades, para todas las diversidades humanas.
Y claro que nuestras Radiaciones quiere compartir este diálogo, cuando la radio se fue de carnaval…