Mujer, palabra sagrada en Cuba

Claro, que el que encabeza  la lista es Radio Martí, la misma emisora que Cuba, con toda la razón moral y legal del mundo, exige que desaparezca, como una de las condiciones indispensables para establecer relaciones normales con Estados Unidos.

En primer lugar, trazaron una estrategia  consistente en dibujar una situación actual en Cuba que se pareciera a la que prevalecía en la seudo república. ¡Grave error!, por ser una propaganda a priori condenada al fracaso por lo evidente de la falsedad.

Consecuentemente, hablaban de un supuesto aumento de la violencia doméstica contra la mujer; el impedimento que ellas tienen para acceder a cargos de dirección; la pasividad del gobierno para impedir el abuso que afrontan dentro del hogar y fuera de él; la existencia de un gran machismo en los distintos niveles del gobierno; aseguraban que viven al margen de las grandes decisiones que se adoptan en todas las esferas del país; la no existencia de un marco legal que garantice la protección a la mujer. Tales ejemplos son únicamente una pequeña muestra de las declaraciones de los llamados disidentes, periodistas “independientes” y  figuras de relieve contrarrevolucionario.

En definitiva, se trataba de un real calco, casi exacto, de lo que la mujer cubana sufrió en aquella sociedad putrefacta, que la veía como un simple objeto de placer, con una manifiesta mansedumbre inculcada por conceptos burgueses.

Era la misma época en que se definía a la mujer casada como “de Fernández, de García etc para legitimar que ella era “propiedad” del marido (María Álvarez de Rodríguez), algo parecido a las desdichadas  negras esclavas de la colonia.

Y por supuesto, era la misma sociedad que en las tertulias de chisme barriotero,  y el té de señoras de abolengo, una mujer era calificada  como prostituta por el simple hecho de pretender trabajar fuera del hogar. Obedecer, limpiar, cocinar, lavar, y parir, eran condiciones sine qua non para ellas, sin otras alternativas.

El hombre era el ser superior al que le debía obediencia ilimitada, no podía protestar, él era más inteligente que ella, contaba con atributos que nunca se supo, ni se sabrá, quien se los otorgó; algo parecido a los que piensan que son los dueños de este sufrido mundo.

Era la época en que los proxenetas –o chulos, como comúnmente se les decía-vestidos de traje impecable y muy ligados a los politiqueros, recorrían el campo cubano buscando guajiritas lindas que vivían en bohíos miserables. ¿El objetivo? Hacer promesa de trabajo en La Habana. Sus padres,  analfabetos que veían sucumbir poco a poco a su prole y esposa, recibían tal promesa como una bendición divina; aquella muchachita comenzaba a trabajar en un bar habanero y, poco a poco, terminaba de prostituta de acaudalados caballeros a los que también debía obediencia. ¿Alguna persona sería capaz de desmentir lo dicho?

El acceso al trabajo honrado y debidamente remunerado,  la pretensión de acceder a la Universidad, o laborar en una tienda para ricos, constituía un sueño inalcanzable para todas y,  principalmente, si era  una muchacha de tez negra.

Por cierto, una de éstas últimas, en cierta ocasión,  la entrevisté allá en Caimanera, muy cerca de la Base Naval de Guantánamo; quería indagar como fue su vida juvenil; me relató cosas verdaderamente horribles, tales como marines que arribaban a su casa como si fuera un prostíbulo,  con la intención de abusar de ella y sus hermanas; me contaba del amargo sufrimiento de sus padres, muchas veces a punto de ser presos por atreverse a enfrentar a aquellos usurpadores. No les digo más, sería interminable, porque aún me parece ver que aquel relato se bañaba con las lágrimas de aquella mujer que no supo de juventud.

A estas alturas, aunque estas verdades parezcan obvias, se hace imprescindible recordarlas, una y otra vez, no solo para desmentir a los pobres de dignidad que fraguan mentiras como si fuera un deporte; también para que los más jóvenes no se dejen engañar fácilmente. Al fin y al cabo la verdad se abre paso por entre la maraña de la falsedad.

Hoy la mujer cubana ocupa un lugar de privilegio; sus posibilidades de desarrollo se equiparan con las del hombre; es independiente económicamente; y existen muchos centros de trabajo donde la mujer es mayoría; son dirigentes, incluso, a los más altos niveles de dirección.

Baste decir que hoy en Cuba la mujer goza del mayor respeto y admiración profunda; y constituye ya una figura  de tanta importancia, que sin ella no se concibe el progreso y la armonía de nuestra Isla  como nación.

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