La grabación de voces: el primer reto

Si nos lo proponemos, el programa puede llegar a ser un producto radial que satisfaga plenamente a los radioyentes, y del cual nos sintamos del todo satisfechos.

Lograr un buen programa sea cual fuere su objetivo o destinatario, requiere de varios peldaños a transitar; uno de ellos, después de escrito el guión, es el proceso de grabación de voces.

Registrar las voces en cinta magnetofónica, o en el novedoso formato digital, no es tan simple como pudiera parecer, si de un programa radiofónico se trata. Nada tan lejos como un acto mecánico, toda vez que implica, ante todo, enfocar una labor de comienzo a fin que debe ir en consonancia con los objetivos propuestos.

Para grabar el programa debidamente, lo primero que hace falta es el llamado “trabajo de mesa”, el cual consiste en un diálogo entre el director realizador y sus locutores, sean uno, dos o más, para darles a conocer cuál será el contenido del programa y cuál es el punto de vista o impresión que desea dejar en los radioyentes. Los locutores necesitan conocer a qué público va dirigido el programa, en qué momento del día será transmitido y hasta las características de cortinas y fondos musicales en caso de que los lleve.

La sabiduría recomienda que el director-realizador convierta a los locutores en sus cómplices, en sinceros aliados. El mayor fracaso de un programa de radio tiene lugar cuando quienes ponen las voces no están identificados con el mensaje a transmitir. Puede haber mucho sentido profesional, buena dicción y una impecable proyección y modulación en las voces, pero bien poco sirven si brilla por su ausencia ese detalle tan decisivo que consiste en “ponerle el corazón”, como muchos dicen, “que haya bomba”, aludiendo al bombeo de ese órgano vital que tanto relacionamos con nuestros sentimientos.

Es el momento para hablar de tonos, intencionalidad y atmósfera. Ahora es cuando el director del programa sugiere si la locución debe ser en un tono sobrio, festinado o solemne.

Precisa que los locutores también conozcan en profundidad el contenido, es decir, los textos y su mensaje, y un poco más allá. Pero, en caso que el director-realizador no fuese también el guionista, le corresponde a este primer ente familiarizarse con cuanto va a decirse para luego imponer a los locutores del propósito.

Lo ideal es que el director-realizador sea también el guionista, y que lo haga bien, pero en caso contrario sería imperdonable llegar a un horario de grabaciones sin conocer el contenido. Es por ello que el asesor debe entregar el guión al director-realizador al menos con 48 horas de antelación, para que éste cuente con el tiempo suficiente para analizarlo y hacerle cualquier enmienda que considere necesaria.

Volvamos al Estudio de grabaciones, donde el grabador del programa también participó del intercambio entre el director del programa y los locutores. Llega, pues, el momento de la “lectura en silencio”; esto es, que cada locutor lea en silencio todo el guión, no únicamente los parlamentos que le corresponden grabar. Finalizada la “lectura en silencio”, pasamos a una toma de niveles de audición; para esto los locutores deben leer de la manera como lo harán una vez que comience el proceso de grabación.

Acto seguido, se inicia la lectura del guión en voz alta, ahora cada uno con los parlamentos que le corresponden, y en pleno proceso de grabación. Muchas veces esta primera prueba sirve ya como grabación final; otras veces hay que iniciar “da capo” el proceso.

Algo importante en todo el proceso de grabación tiene que ver con las equivocaciones de los locutores. El director del programa nunca debe dejarse llevar por la prisa. En incontables oportunidades hay que hacer empates para rectificar errores, más lo aconsejable es comenzar desde el inicio el parlamento. A veces la prisa, el querer terminar o cierto criterio cuestionable de “consideración” hacia el locutor hace que se indique un empate en un momento de anticadencia o en un punto que, aunque haya cambio de entonación, se perciben desniveles y empates. Es preferible volver atrás y leer el parlamento desde su comienzo.

Otro detalle tiene que ver con los atenuadores que están abiertos. Hay grabadores que, presurosos, se aventuran a cerrar uno o dos atenuadores, según el caso, cuando había dos o más abiertos. Eso pasa las veces que solamente queda un parlamento por parte de un locutor. ¡Mucho cuidado! La atmósfera sonora del Estudio, aunque con todas las de la ley en cuanto a condiciones acústicas, cambia sensiblemente y es fácilmente perceptible por el radioescucha. Si se comenzó la grabación con dos o tres atenuadores de micrófonos abiertos, debemos mantenerlos así hasta el final del proceso de grabación.

Lo contrario es lícito únicamente cuando desde el punto de vista dramatúrgico se pretenda un cambio de atmósfera. Eso debe ser algo bien pensado, absolutamente intencional, pero imperdonable tratándose de un mero capricho o presiones para terminar la labor.

Al concluir la grabación del play back, el director del programa deberá registrar el tiempo total de la toma de voces, haciendo un cálculo aproximado del descuento por concepto del silencio que no se incorporará al contenido del programa una vez que pase al proceso de corte y edición. El tiempo de play back puede darnos la medida del empleo de la música, tanto la de carácter funcional como las piezas que se difunden como parte del guión musical. Esto favorece una mejor planificación y constituye herramienta eficaz para que todo salga a su debido tiempo.

Sin la menor duda, el proceso de grabación constituye el primer reto en los programas grabados. Su éxito depende, en primer lugar, del nivel de profesionalidad de todo el personal; luego de un conocimiento profundo de los objetivos que se persiguen con el programa, así como del conocimiento pleno de su contenido.

Una vez vencido ese reto, quedaría pendiente la edición como proceso de terminación del producto radial. Pero ello será un tema a tratar en otro momento.

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