Aquello era algo tremendamente novedoso. Si bien desde la navidad de 1906 el canadiense Aubrey Fessenden, gracias a la telefonía inalámbrica de Marconi y Popoff, logró el milagro de transmitir la voz humana; a la altura de la década del veinte en toda América Latina la radio era algo así como una lejana ilusión.
Sin embargo, el 22 de agosto de 1922, el susodicho Luis Casas Romero sorprendió al mundo con su invento.
Inicialmente los noticiarios se limitaban a dar la hora y anunciar las condiciones climáticas, pero en poco tiempo comenzó a leerse noticias de los periódicos, y se sumaron otros espacios de corte socio-cultural, como la lectura de poesía y cuentos infantiles, la música y las charlas educativas, que más tarde se completarían con programas humorísticos y dramatizados.
Lo cierto es que la fiebre de la radio se extendió con rapidez; nadie quería perderse su extraordinaria magia. Si bien es cierto que en los inicios eran muy pocos los que tenían un aparato receptor, los costos no tardaron mucho en abaratarse y a esa misma velocidad crecieron las plantas radiales a lo largo y ancho del país. Se dice que para 1932 Cuba ocupaba el cuarto lugar mundial en cantidad de emisoras: 62 en total.
Y es que la gente quería más. En palabras del profesor Vicente González Castro, “el público aprendió que la radio servía para soñar, y como eso es para el hombre tan importante como la alimentación cotidiana, se dedicó a soñar con la antena radiofónica”.
Por aquellos años la radio tenía mucho de comercial, herencia del modelo instaurado por Estados Unidos. Entonces la parrilla de programación se llenó de anuncios sobre servicios de restaurante, cafetería, productos de aseo y tiendas de ropa y calzado.
Pero la radio fue también cómplice de los cubanos en su afán independentista. Por la CMQ, la principal emisora del país, se transmitía los domingos el espacio La Universidad del Aire, en el que profesores y estudiantes de la casa de altos estudios de La Habana ofrecían conferencias sobre la historia patria desde una visión reaccionaria y denunciaban el régimen anticonstitucional de Fulgencio Batista.
Durante varios años el programa de más audiencia de la citada planta radial fue el del joven ortodoxo Eduardo Chibás, líder del Partido del Pueblo Cubano, en el que criticaba la corrupción administrativa y el gansterismo de los gobiernos de turno. Al no poder presentar pruebas de las evidentes malversaciones de un ministro de la administración de Carlos Prío, en pleno estudio de la CMQ y con los micrófonos abiertos se pegó un tiro que lo llevaría a la muerte. Su última alocución quedó para la historia: “Pueblo de Cuba, despierta. Este es mi último aldabonazo”.
Pero sin dudas fue la toma de Radio Reloj, el 13 de marzo de 1957, el suceso más sonado, cuando en un acto de extrema valentía el joven José Antonio Echeverría irrumpió en los estudios de la emisora para poner al pueblo todo al tanto del asalto al Palacio Presidencial y convocarlo a participar en el derrocamiento de la dictadura batistiana.
Un año después, y ante el silencio de las principales plantas radiales del país respecto al indiscutible avance de los barbudos, en plena Sierra Maestra salió el aire Radio Rebelde, la primera emisora revolucionaria, que tuvo el tremendísimo encargo de atraer a la opinión pública en un momento en que los insurgentes eran demonizados por los medios de comunicación.
La radio ha sido protagonista indiscutible de nuestra historia Patria, y por años ha acompañado a los cubanos, lo mismo en los buenos que en los malos momentos, siempre transpirando amor. Como los grandes, llegó para quedarse.