Navarro Coello: la voz que estremecía la tarde

Así me había bautizado. Así me lo soltaba en cualquier parte. Era ciertamente un privilegio devenido del cariño, pero cuando te lo decía con aquella voz atronadora, aquella voz que daba miedo, hasta  las piedras saltaban. El mundo giraba la cabeza. Se estremecía la tarde.

Julián Ercilio Navarro Coello (1926-2010) disfrutaba lo que el destino le puso, lo que el estudio acrisoló. Estiraba su voz, se detenía, susurraba, soltaba una llamarada. Hacía cuanto quería. Te convencía.

Tenía una de las voces más graves de Cuba. No importaba si narraba una novela, si decía  una noticia, si regalaba un poema. Ninguna palabra quedaba igual después que él la tocaba.

Aplaudimos su Premio Nacional de Radio en 2003, como si fuese propio. La gente de la radio, la gente de Santiago, la gente del arte. Y allí le vimos, en el acto que entregó otros galardones, junto a Rosita Fornés, María de los Ángeles Santana y Maritza Rosales, entre otros. Se lo merecía largamente.

Nació en San Luis. Algo ha de tener ese pedazo de suelo oriental que fue aliento de Maceo y cuna de  Caignet. Allí comenzó en la CMKQ, en 1943. Y luego su vuelo lo llevó, largo vuelo, hasta Bayamo, La Habana, Santiago de Cuba.

El micrófono fue su cetro en la CMKC.  Después de jubilado, siguió demostrando lo que valía en Radio Mambí. Había que escucharlo.

Fue miembro del Movimiento 26 de Julio, y cuando decía la palabra «patria», te calaba hasta el tuétano. Su voz es patrimonio de la cultura cubana. Se le extraña.

No he perdido la costumbre cuando atravieso las calles de Santiago. Miro bien arriba, bien abajo: Que no me vea  que no me vea… que no me vea… que no me vea…

 

 

 

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