Curiosidades del imperio

El país más “libre del mundo” jamás permitiría; so pena de invasión, que otro país cuente con energía nuclear, aunque sea con fines pacíficos; tragarse, tal como si fuera un manjar exquisito, la afirmación de una Secretaria de Estado “condenando” el filme La Inocencia de los Musulmanes, pero añadiendo que EE.UU. “debe respetar la libertad de expresión”; imponer dictaduras militares en otros países para que respondan a sus intereses económicos; gastar cifras astronómicas y espeluznantes en armas, “para lograr la paz y la justicia en el mundo”;  imponer al planeta el neoliberalismo y el consumismo a ultranza para mantener incólume su sistema; mantener en prisión a menores y otras personas con problemas psiquiátricos; invertir más millones en centros penitenciarios que en Universidades, como ocurre en California; y ser santuario predilecto de terroristas. En fin, la lista   es prácticamente infinita, pero no debo consumir tantas cuartillas.

Y mientras  estas  “curiosidades” del Imperio suceden, dice la ONU que un 20% de la población mundial concentra el 82% de la riqueza, Y que mil millones de personas sobreviven con apenas el 1,4% de la riqueza mundial. ¡Cuanta razón tiene nuestro amigo Frei Betto!, cuando afirma que: “El capitalismo nos ha infundido la noción perversa de que la acumulación de riquezas es un derecho y que el consumo de lo superfluo es una necesidad”, y añade que:  “Para garantizar la educación básica de todos los niños del mundo sería preciso invertir hoy 6 mil millones de dólares”; pero solo en Estados Unidos se gasta cada año en cosméticos 8 mil millones;  y junto a Europa 17 mil millones en alimentos para perros y gatos. Con estos escalofriantes datos no podemos vivir tranquilos, al menos los que disponemos de un poco de sentido de la justicia y del decoro humano.

No es posible ver con pasividad tanta desigualdad en ese mundo putrefacto que   poderosos medios de comunicación enaltecen con el malsano propósito de idiotizar a las masas para resignarlas al conformismo; es decir, algo así como que  la opulencia tiene  “derecho a aplastar” a la pobreza.

No es posible hablar de paz y prosperidad para todos los pueblos al tiempo que debemos coexistir con la injusticia. No es posible que muchos deban sufrir para que pocos disfruten de exorbitantes lujos. No es posible acostumbrarnos a la idea de que muchos millones de niños deban hurgar en la basura para encontrar un mendrugo de pan, y que no tengan escuelas, y que no conozcan a un médico, y que deban morir, en espantosa  agonía, antes de asomarse levemente a la vida.

Que nadie entienda estas líneas como patéticas, entiéndase mejor como una demanda de los más de este mundo con ansias de justicia. ¡Cuanta razón la de nuestro José Martí!: “Las leyes norteamericanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción (…)

¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!

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