¿Oficio? ¡Salvar vidas!

El grupo lo integran algo más de cien especialistas y técnicos. Todos, sin excepción, le van a los pacientes como las abejas al panal y se entregan, de cuerpo y alma, a la elevación constante de la calidad de la salud de los más de tres millones y medio de personas atendidas desde que hace un poco más de tres años fuera inaugurado este complejo por el presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías.

La institución dispone de la tecnología más avanzada que existe en tiempos de modernidad para la prestación de servicios de medicina interna, intensivista, cirugía, ortopedia, cardiología, epidemiología, psiquiatría, gastroenterología,  oftalmología, anestesiología, imagenología, laboratorio clínico, defectología, medicina general integral y rehabilitación física.

En este complejo de salud atendido integralmente por cooperantes cubanos, se reúnen entonces las condiciones humanas y tecnológicas para ejercer el exclusivo oficio de salvar vidas. Aquí encontramos la maestría y experiencia de larga data de los profesores José Santos Gracia y Nicolás Rojas; el talento de Víctor, la voluntad de Raquel, santiagueros; la sabiduría y la juventud, juntas, de Roberto, el matancero; Rafael, el avileño; Lester, el holguinero y Antonio, el director, entre otros tantos muy queridos y admirados.

A la sala de terapia intensiva concurren sistemáticamente varios de ellos a la misma vez y todo porque una, dos o tres vidas están en peligro. Ahora mismo están aquí la señora Eufemia Leal y el jovencito Danilo Garzón Barreras. Se aquejan de distintas afecciones, pero tienen algo en común: están en el filo de la navaja. Se debaten entre la vida y la muerte. Ellos tienen conciencia de su gravedad, pero también saben que en la batalla por la permanencia existencial cuentan con la sabiduría y la entrega del equipo médico cubano.

Eufemia y Danilo en otros tiempos, en otras circunstancias ya estuvieran muertos, mas están aquí, frente a nosotros, respirando aún, y mirándonos fíjamente, sin parpadear, con rostros que trasmiten deseos de vivir. En otros tiempos sus corazones estuvieran paralizados porque son pobres, muy pobres, y las salas de terapia intensiva no estaban hechas para los pobres-pobres de esta tierra.

Jesús Alberto Hernández, un venezolano de pura raíz tiene a un familiar que padece un accidente cerebro vascular y me contó que hoy por hoy, un día de estancia en una sala de terapia intensiva privada en Caracas, cuesta no menos de veinte mil  bolívares fuertes, que al cambio oficial son unos 4 mil 500 dólares. El dato lo confirma de esta manera el mulato santiaguero, Master en cardiología, Nicolás Rojas: Una familia con determinados recursos económicos, si ingresa a uno de sus miembros en una sala de terapia intensiva privada, se convierte en pobre en apenas unos días.

Mientras eso sucede todavía en la medicina rentada o del dolor, en la pequeña sala de terapia intensiva del Centro Integral de Salud Doctor Salvador Allende consta en los registros de estadísticas que han sido rescatadas de la muerte mil 473 personas, como Eufemia y Danilo que están sobreponiéndose a la enfermedad sin pensar en el dinero.

El servicio integral lo reciben totalmente gratis. Eufemia y Danilo siguen y seguirán vivos porque en Venezuela ocurrió lo que tenía que ocurrir: una Revolución justiciera que cuenta con la solidaridad de hombres y mujeres cubanos, cubanísimos que se dedican, en cualquier parte de esta geografía, al honorable y humano oficio de salvar vidas.

Autor