Rosita Fornés, más allá de cualquier escenario

Las luces del teatro encendidas, los espectadores de pie, exclamaciones espontáneas de delirio en la platea, sorpresa de los animadores cuando la Fornés se incorporó de su butaca con la intención de dirigirse escoltada al escenario. Gritó una frase. Fue un estallido de sentimiento. Le pidieron que hablara. Debieron haber previsto un micrófono en el lugar donde estaba sentada.

Allí, durante el intermedio, decenas de devotos la habían rodeado y los teléfonos móviles rivalizaron para captar su imagen. Algunos lograron hacerse selfies. Quizás en esos minutos fue la mujer más fotografiada del mundo. No dejó de sonreír. Devolvió saludos. Lucía regocijada y regia (recuperemos algunos adjetivos) . Y los artistas que participaban en la gala mostraban su orgullo por ser parte de un momento trascendente.

Después de unos instantes de expectación, informaron que finalmente Rosita no se sentía en condiciones de salir a escena. Hubo preocupación y gente que se asustó. Como muchas de las personas que colmaban el teatro, me hubiera gustado verla cerrando la gala, mimada por los aplausos finales, en la que probablemente sea su última gran presentación pública.

Ella que desempeñó su oficio de diva con la disciplina de una obrera no pudo evitar, en el pasillo que se extendía entre su palco y el escenario, protagonizar un suceso que hay que interpretarlo como el gesto de humildad de un corazón de 96 años, estremecido ante el amor de varias generaciones.

Rosita estaba más allá de cualquier escenario. Había entrado en el territorio de las emociones gloriosas, arropada para siempre en la leyenda.

Autor