La FEU de hoy

No puedo evitar, al pensar en la Federación Estudiantil Universitaria, que renazca esa cierta nostalgia que siempre nos trae el espíritu juvenil de una organización a la cual la mayoría de los profesionales cubanos le debemos mucho, comenta el periodista Francisco Rodríguez Cruz.

Y precisamente, este 20 de diciembre, la conocida FEU —esas siglas de esta época y de todas las épocas— celebra su centenario, como la organización estudiantil más antigua de Cuba, y una rica herencia de valores y símbolos, que pasa por la aureola legendaria de líderes de la talla de Julio Antonio Mella, José Antonio Echeverría y el propio Fidel Castro.

Quienes hoy la integran, cuando analizamos bien, son similares y a la vez muy diferentes a esas otras tantas generaciones que les antecedieron. Son muchachas y muchachos llenos de ganas de saber, con múltiples inquietudes, certezas y hasta dudas, pero sobre todo, con grandes esperanzas de hacer cosas concretas, útiles, nuevas. Y las emprenden sin temor a los riesgos, como ocurrió cuando arreció la COVID-19 o al enfrentar los más recientes daños de accidentes y huracanes.

Este estudiantado actual vive, no obstante, en un mundo diferente, cada vez más complejo y donde las claves para entender la realidad no siempre son tan evidentes como quizás lo fue para sus predecesores; en un país, además, que necesita de ellos, pero que no siempre puede darles todo lo que ellos necesitan.

La FEU de hoy, por tanto, más allá de las tareas cotidianas de la organización, tiene la difícil responsabilidad de continuar la obra creadora de una Revolución que, por sí misma, cambió el devenir de la historia patria, y a la cual hay que defender con inteligencia y arrojo, porque es la única garantía de la independencia y la unidad nacional.

Y ahora, además, esta organización estudiantil debe asumir el reto en una peculiar circunstancia histórica, cuando la sociedad cubana —como es natural siempre que existe un proceso verdaderamente revolucionario— continúa un accidentado camino de transformaciones, en medio de condiciones económicas, sociales y políticas muy complicadas, pero sin renunciar a proseguir en la búsqueda de un sistema social más justo, democrático y emancipador.

Los universitarios cubanos no tienen frente a sí un camino fácil, nunca lo tuvieron. Sería iluso e incorrecto pensar algo así, aunque igual no creo que fuera retador ni aceptable para los jóvenes de ninguna época que alguien pretendiera darles todo hecho, inmutable, resuelto.

La Federación Estudiantil Universitaria en esta tercera década del siglo XXI no puede ser —y estoy convencido de que no lo es— una simple organización para resolver los asuntos más o menos conflictivos de la rutina docente, aunque también deba dedicarle esfuerzos a ese tema.

Con esa misma proyección social y de incidencia política que nació y creció, la FEU de estos tiempos tiene que convertirse en un catalizador de ideas, en una fuerza movilizadora de la inteligencia y del trabajo de nuestra juventud. Tiene que salir de las aulas y hasta de los recintos universitarios, para participar con el resto del pueblo cubano, con el natural empuje que otorga siempre la juventud, en la concepción de una sociedad a nuestra propia medida.

Y esta labor de forja, no de simple seguimiento ni de aceptación acrítica, los universitarios la deben asumir siempre en función de contribuir a alcanzar aquellos objetivos esenciales que nos permitan avanzar en el terreno económico y social, superar las deficiencias y problemas que tenemos, así como buscar y consolidar alternativas para el desarrollo del país, desde los barrios más pobres, en los centros de trabajo cruciales, en las tareas más difíciles.

La FEU de hoy, dicho en otras palabras, no es menos importante ni sus misiones son más sencillas que en épocas pasadas. Al contrario. Pero tendrán que hacer lo que les corresponda de una manera distinta, creadora, valiente: esa será la única manera de estar, definitivamente, a la altura de Mella, José Antonio y Fidel.

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