La proa invariable del Yate Granma, sobre aguas de libertad en Cuba

Qué despertar tremendo el de aquel 2 de diciembre de 1956 cuando desembarcaron, con los expedicionarios del yate Granma, los bríos de Maceo, la resistencia de Gómez, la voluntad irrevocable de Céspedes… y la certeza de un futuro digno para los cubanos.

Allí, en esa punta de mangle nombrada Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de playa Las Coloradas, en Niquero, y tras vencer, primero, los riesgosos preparativos del exilio, y luego, la travesía azarosa de siete días desde México hasta Cuba, los bisoños revolucionarios refrendaban, con un salto firme, su fe en un porvenir de justicia y soberanía. Al frente venía Fidel.     

Quizá por ello no hubo tempestad en el mar, ni agua gélida después, ni manglar enrevesado antes de tocar tierra firme, que pusiera frenos a la convicción resuelta de ser libres o mártires.

El líder revolucionario pondría entonces, de verde olivo, la esperanza del país, para cuya defensa, al costo de cualquier sacrificio, habría una doctrina: la Guerra de todo el pueblo, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias en la primera trinchera, ese ejército-nación fundado en la misma fecha del desembarco legendario, hace hoy 65 años.

Inspirados en ese ejemplo arrollador, un grupo de 82 jóvenes de todo el país reedita, este 2 de diciembre, el arribo expedicionario, cuando otra vez el amanecer anuncia que la proa de esta Isla mantiene siempre el rumbo, sobre aguas de plena libertad.

 

 

Autor