Murió por la Patria, vive en ella

Abogado de profesión, Perucho, como le llamaban y hoy lo recordamos, creció embelesado con las bellezas patrias y la nobleza de nuestra gente, símbolos tangibles de su proyecto. Desde los años 50s del siglo XIX halló en el arte la esencia sublime de la patria. Bayamés por nacimiento y arraigo, desde esa realidad pensó a Cuba, la imaginó cómo debía ser, y con fuerza donde lo enérgico se mezcla con lo sublime empezó como muchos hermanos suyos a edificarla poco a poco.

La Guerra de los Diez Años inaugurada con el Grito de la Demajagua fue aquella vez el primer clarín convocante. No llevó a la consumación de lo anhelado, pero sí el despertar ineludible para recorrer el camino; ese andar cuesta arriba que tantas vidas generosas cobrara, para cuya culminación se hizo necesario esperar 90 años después.

Perucho ejerció el periodismo a través de El Correo de la Tarde, periódico fundado por él en La Habana. Fue esposo y padre ejemplar, como si con su actitud prefigurara el modelo ideal de ciudadano varón que aspiró para Cuba; lo mismo que su esposa y sus hijas encarnaron también a la mujer cubana patriota, amorosa y aguerrida.

Diez días después del primer gran comienzo, montado sobre su caballo en el Bayamo patrio – donde toda Cuba se resumió bajo el grito de ¡Libertad o Muerte! -, Perucho escribió La Bayamesa, hoy nuestro Himno Nacional. Lo escuchamos y cantamos con la misma sacudida apasionante de aquella gente que nos precedió, porque su música y letra consiguen transmitirnos el fervor de aquellos días gloriosos que marcaron para siempre la historia cubana.

Partitura del Himno de Bayamo, hoy Himno Nacional de la República de Cuba

Un año y diez meses después, el 17 de agosto de 1870, el cuerpo enhiesto y viril de Perucho Figueredo era sacudido por las balas asesinas que se ensañaron en él a pesar de la enfermedad, el cansancio y los malos tratos a que lo sometieron sus verdugos.

“Morir por la patria es vivir”, exclamó con la fuerza del alma confundiendo su voz con las descargas mortíferas. Murió así para a partir de entonces vivir en la esencia cubana de todos los tiempos, como parte del código genético de una nación que ni antes, ni hoy, ni mañana se doblegará.

Perucho Figueredo murió por la patria, y vive en ella para siempre.

Autor