¿Por qué una Ley de Comunicación Social en la Cuba de hoy? (II y Final)

Poco conocida y mal interpretada, la denominación de comunicador social no hace perder la especificidad de desempeños técnicos, profesionales y artísticos especializados, que a la vez deben ser éticos y responsables.

Esa denominación-rol no minimiza la valía de las diferentes prácticas, que subsume, como algunos piensan, más bien las ensancha cuando se acepta como mediador, consensuador, concertador de voces y de relaciones para las prácticas culturales, sociales y del ejercicio ciudadano.

Autor: Hilda Saladrigas Medina

De la preocupación política y humana por tan complejo proceso, articulador de otros muchos como ya se ha señalado, dan fe los documentos políticos y disposiciones normativas (no ley), que a lo largo de estos últimos 60 años han llamado la atención sobre el diálogo necesario con y para el pueblo, al que primero se alfabetizó, y para el cual se trazó, tempranamente, una clara política cultural.

No ha faltado en este devenir nacional el acompañamiento del pensamiento más lúcido de nuestros padres fundadores; se puede afirmar que comunicadores todos con la voz en tertulias y debates en grupos e instituciones culturales de otras épocas (recordar las tertulias de la Acera del Louvre en La Habana, que comenzaron en los años previos a las luchas independentistas iniciadas en 1868 y los clubes revolucionarios, que organizó José Martí, en 1892, en Nueva York); el epistolario oportuno, la oratoria ardiente, la pluma fecunda, el verso comprometido, las obras de arte transgresoras, las reuniones febriles de obreros, campesinos e intelectuales, mujeres y hombres, para organizarse contra poderes despóticos.

También el empleo de cartas, espacios culturales y de socialización; la máquina de escribir; el periódico; la radio; la televisión; el cine y todo el tiempo los debates institucionales y sindicales (parlamentos obreros de los años 90), y públicos sobre llamamientos políticos, propuestas legislativas y agendas de interés público; las asambleas del Poder Popular en la circunscripción dos veces al año y los despachos con el Delegado de la circunscripción del Poder Popular, al menos mensualmente, entre otros muchos.

Todos como medios, espacios para difundir, polemizar, proponer; también para dialogar, consensuar, participar.

Desde disímiles profesiones (el escritor, el poeta, el artista, el político, el periodista y hasta los publicistas, que hicieron desde la publicidad de finales de los años 50, tribuna para convocar

a la lucha (cómo olvidar la campaña 03c: «cero compras, cero clubes, cero cabarets»), y una vez que triunfa la Revolución, convertir sus habilidades y competencias creativas en mensajes de bien público, en una campaña que respaldara la alfabetización, o que se hiciera comunicación interna en el Ministerio de Industrias para ofrecer información necesaria a los trabajadores para realizar mejor su labor y conducir de manera humana y respetuosa la relación entre cuadros y subordinados.

Buenas prácticas del hacer comunicativo mancomunado entre pueblo, especialistas de todas las áreas técnicas, profesionales y artísticas, cada uno desde su manera –medio– posibilidad de expresión y debate, y la guía del liderazgo del Partido y el Estado encarnado en la figura trascendental del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, resultan ser las sendas campañas de comunicación social con objetivos humanistas y políticos (en ese orden), que se llevaron a cabo para el regreso a la Patria primero, de Elián González, y segundo, de los Cinco Héroes desde Estados Unidos hasta donde llegaron y penetraron esas acciones comunicativas contentivas del sentir de una nación por sus hijos.

Un análisis reposado de ellas permite ver a un pueblo en las calles marchando con pancartas, pendones, consignas a viva voz a lo largo y ancho de toda Cuba.

Permite constatar a una prensa muy comprometida con periodistas muy profesionales diciendo, argumentando y polemizando, a través de todos los medios tradicionales y emergentes, físicos y digitales, así como con todos los géneros de expresión (la noticia, el editorial, la crónica, el reportaje, la investigación rigurosa y documentada, la opinión, la fotografía testimonial).

Permite observar un hacer gráfico visual de vanguardia sígnica y simbólica; una realización audiovisual y sonora diversa en formatos y géneros.

Permite advertir el actuar sublime de artistas profesionales y aficionados de diferentes manifestaciones y modos de crear y expresar la estética revolucionaria: escritores, poetas, dramaturgos, pintores, escultores, actrices y actores, músicos y una larga lista porque fueron muchas y muchos.

El resultado: voces amplificadas y multiplicadas, solidaridad internacional globalizada y justicia obligada que los devolvió, porque todo ese arsenal comunicacional cultural, que no cabe citar en este párrafo, estuvo acompañado de acciones diplomáticas, humanitarias y políticas.

Claro, que todo eso tiene como contexto un país y su pueblo: Cuba que en su particularidad puede y debe hacer las prácticas todas, y las comunicativas sociales de modo diferente, de modo revolucionario.

Del pueblo cubano surgieron aquellas figuras y las que a lo largo de todo este tiempo más técnicos y profesionales, muchas veces empíricos, pero muy comprometidos, con diferentes denominaciones al uso según el oficio y la práctica (lo cual no es casual porque el capitalismo de ello se ha encargado, pues fragmenta, divide, desune) han hecho y hacen comunicación social de diferentes matices, con disímiles propósitos y con heterogéneas directrices.

Porque siempre existen líneas de pensamiento e ideología que guían ese accionar más objetivo o subjetivo; más sublime o cotidiano, más individual o colectivo, más comprometido o inocuo.

NORMAR LO QUE SE HA IDO CONSTITUYENDO EN EL DÍA A DÍA

Una Ley de Comunicación Social en Cuba hoy, entonces, resulta una síntesis de la historia de prácticas populares democratizadoras y de experiencias profesionales que por ser propias y particulares han tenido siempre su dosis de universalismo.

No es un capricho gremialista, ni academicista, ni legislativo, normar lo que se ha ido constituyendo en el día a día y sus imperativos, no siempre acertados, ni asertivos que, dejados a la libre espontaneidad o al actuar parcelario, daña más que beneficia.

Una Ley de Comunicación Social en Cuba hoy tal y como está formulada, es una necesidad de estos tiempos de guerra de cuarta generación declaradamente dirigida al conocimiento y su soporte neurofisiológico, el cerebro humano y al pensamiento colectivo, la cual exige resistencia creativa, que estructure los ámbitos comunicacionales en pos de una sociedad más culta, democrática y con mayores niveles de justicia social.

Ella tiene que ayudar a vislumbrar y accionar sobre la gran complejidad de un proceso que ya se ha descrito, y llevarlo a cabo con un planteo no menos difícil de lograr, pero factible y urgente: una concepción sistémica e integradora con añadidos importantes: el pleno autorreconocimiento y reconocimientos mutuos de los diferentes ámbitos (subsistemas) y actores que lo constituyen en pos de la necesaria integración y complementariedad.

Construirlo, además, con mirada estratégica, no cortoplacista con principios y objetivos humanistas y transformadores. Ambicioso empeño, difícil conducción, pero no imposible para quienes han demostrado «hacer posible la maravilla» como ha dicho el trovador Silvio Rodríguez.

De paso apuntar que, para nada, este resulta un modo de pensar y hacer respecto a diferentes acciones comunicativas en otros lares; todo lo contrario, pues como ya se ha apuntado anteriormente no es de conveniencia ni económica, ni política, ni ideológica.

Por tanto, tiene y tendrá muchas incomprensiones y hasta detractores, pero eso es superable en unidad revolucionaria con pensamiento crítico e innovador.

Sin dudas, tiene muchos riesgos: el desconocimiento, la incomprensión, la tozudez, la indiferencia, la mediocridad, la falta de voluntad de hacer con conocimiento de causa.

Y claro está la mayor alerta, ya comentadas por algunos colegas: hacer de la letra escrita, el accionar practico revolucionario de todos los días, por parte de todos los que hacemos comunicación social, que en última instancia somos el pueblo.

 

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