Vindicación de la radio

Por cierto, a la televisión le están pasando factura ciertas redes sociales. Aunque la pantalla doméstica sigue siendo el medio más frecuentado en Cuba, se cuentan cada vez más los que se desconectan de esta y solo prestan atención a publicaciones en muros, o perfiles de Twitter, o canales de video en plataformas digitales, y arrinconan la televisión como si fuera privativa para mayores de 30 o 40 años. Estos quizás no han descubierto, o mejor dicho, no les hemos descubierto, que en las plataformas digitales coexisten nuestras televisoras públicas, y el sistema de la radio cubana, al alcance de un clic, al igual que la prensa escrita, junto a las redes sociales. Ni que la radio ha multiplicado sus potencialidades de difusión y renovado su lenguaje, en correspondencia con las tecnologías en boga. Habría que ventilar elementos conceptuales vinculantes entre los podcasts y los chats de audio y las prácticas radiofónicas convencionales.

Pero mientras se trabaja para que ello sea un hábito cultural, pienso que la radio cubana y los radioyentes cubanos merecen ser vindicados. Hablo también de estos últimos, puesto que la primera no tendría sentido sin esos fieles que amanecen y se acuestan con el oído presto al receptor.

No detengo la mirada, o para decirlo con mayor propiedad, la escucha, en las emisoras nacionales, o la incombustible voz internacional de Radio Habana Cuba, o en la parcela sabiamente cultivada por Eusebio Leal, Habana Radio y otros referentes de la promoción del patrimonio, sino en las plantas provinciales, muchas de ellas robustas y arraigadas de larga data, y las municipales que, sin llegar a las 24 horas, establecen una relación muy particular con sus comunidades, y ahora, gracias a internet, ofician, en tiempo real, más allá de sus límites territoriales. Haga la prueba y conéctese con La voz de la victoria, en la Ciénaga de Zapata, o con Radio Playitas, en el guantanamero Imías, que me permitió viajar a escenarios microlocalizados de cómo se ha encarado la lucha contra la pandemia o se testimonian los efectos de las tormentas tropicales.

En esta nota vindicatoria hago espacio a comunicadores profundamente comprometidos con la defensa y la promoción de nuestra identidad cultural y su imprescindible empate con valores universales. No hace falta vivir en La Habana para alcanzar altas cotas de excelencias. Me asomo a Santiago de Cuba y encuentro la cosecha de imaginación y talento de Reinaldo Cedeño o la consagración de Gonzalo González, en una trama que pone en su lugar la música cubana, como lo ha hecho Guille Vilar.

Hago espacio, además, a artistas e intelectuales destacadísimos en sus campos de acción, quienes tras la ruta de Alejo Carpentier, uno de nuestros grandes hombres de radio, comparten sus saberes en CMBF, como el historiador Pedro Pablo Rodríguez, los especialistas en danza Pedro Simón y José Rodríguez Neira, y los compositores Luis Manuel Molina y Juanito Piñera.

Obviamente, queda mucho por hacer. Anticipo dos temas para tener en cuenta. En medio de los Diálogos 60, convocados por la Uneac, salió a relucir el poco interés de los estudiantes de la Famca de la Universidad de las Artes por explorar la radio como proyecto de vida. En ese encuentro salió de refilón la necesidad de reflexionar acerca de la necesidad de renovación de los lenguajes en las realizaciones dramáticas. ¿No es como para pensar y, sobre todo, actuar en ambas direcciones si queremos, como deseamos, que la radio siga más viva que nunca en nuestro archipiélago?

 

 

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