El tercer descubridor de Cuba ejerció una influencia decisiva en su radio. Sin haber sido un hombre de este medio, los frutos de su pensamiento recorrieron —y continúan haciéndolo — el espectro radial cubano. Las ideas y los aportes a la cultura de Don Fernando Ortiz (La Habana, 16 de julio de 1881 – 10 de abril de 1969) se propagaron para romper el silencio, moldear el aire y transformar lo aparentemente invisible en experiencia, tal como lo hace el sonido.
Tejió el mapa de la identidad cubana con paciencia de orfebre. Sin haber concebido su obra para la radio, la proveyó de inagotable sentido para ella. Cada concepto suyo — como “transculturación” o la metáfora del “ajiaco” – es parte del combustible narrativo que consumen y reproducen generaciones de comunicadores. Sin pretenderlo, fundó una biblioteca sonora. Así devino voz de la identidad y diversidad cubanas.
Su obra “Los instrumentos de la música afrocubana” de 1952 resultó decisivo para que los realizadores radiales difundieran la riqueza sonora de este país. Emisoras como Radio Rebelde, Radio Progreso, Habana Radio y Radio Habana Cuba reflejan su legado en espacios culturales y educativos dedicados a la etnografía, la música tradicional y la historia.
Más allá del guionista que nunca fue, la radio cubana tuvo en él un fundamento sólido. Más que voz, fue visión. Lo hizo en este país, donde la cultura se escucha tanto como se lee; a través de la radio su postulado fue escuchado; para hacerlo, él nunca tuvo necesidad de hablar.
Son numerosos los espacios radiofónicos cubanos de corte cultural; muchos, en su mayoría, de frecuencia diaria. Todos respiran el pensamiento de este sabio. Desde los que exploran las raíces de la música afrocubana, hasta aquellos que investigan rituales, palabras y cosmogonías populares. Su insistencia en mirar lo cubano desde sus pliegues más profundos —el tambor, el mito, el habla— encontró en la radio un terreno fértil.
¿Dónde está el secreto de esa convergencia? Probablemente, porque la radio, como él mismo lo hizo, trabaja con lo intangible. Ambos construyen realidades a partir de lo inmaterial y son proveedores de una vibración o imagen mental.
Si Fernando Ortiz hubiera conducido un programa radial, puede que en vez de escribir su obra, habría convocado a músicos populares, santeros, poetas repentistas y sabedores del monte a dialogar. En lugar de haber sonado como una cátedra, lo hubiera hecho como un coro, en un programa donde la cultura se explicaría con solo manifestarse.
No dejó grabaciones. En su lugar proporcionó frecuencias intelectuales y emocionales de cultura. Las ideas que lanzó en forma de libros, conferencias y clases magistrales, quedaron captadas por antenas humanas integradas discípulos, estudiosos y realizadores. Muchos de ellos, sí, en algún punto del dial, se dieron a la tarea de poner a vibrar con ellas los micrófonos.
Merece llegar a la conclusión de que la Radio Cubana está agradecida. No por su voz, sino por dotarla de una melodía de fondo que la ambienta e identifica en toda su esencia sonora.
Con tumbadoras, décimas y contundente sabiduría, sin solemnidad, sigue sonando cuando al sintonizar el dial se escucha hablar a Cuba desde sus raíces más vivas.