Las insondables lágrimas de una realidad posible

Esta fiebre, que no del oro, traspasó nuestras fronteras y se hizo alma de la  explotada o no mujer latinoamericana, se introdujo en los hogares más suculentos o  en los más ateridos por el frío y el hambre de las desigualdades de este mundo, y aún hoy sigue siendo proyecto consumido, aunque  haya tenido que sufrir adaptaciones coyunturales.

Estamos hablando de un autor casi diseñado para las amas de casa, en quienes las firmas jaboneras anteriores al triunfo de la Revolución cubana depositaban  la fe en la creciente acumulación de sus ganancias capitalistas. Nada mejor que las mujeres se tragaran el melodrama lastimero que acudía  a la sensibilidad de baja costo, manipulando de paso la psicología popular, para que el propio autor de marras creciera en popularidad doble: entre los oyentes (las) y los empresarios jaboneros al uso.

Caignet no sólo tuvo ese extraordinario éxito radial,  que al cambio del siglo aún sigue tentándonos con  aristas para la investigación a profundidad,  sino que su detective chino Chan Li Po  mantuvo durante ocho años en un hilo a la radio audiencia desde su serial La serpiente roja. Justo es reconocer que éste personaje, enigmático y definido,  logró también instalarse en el Caribe y en el propio continente americano. De manera que  desde 1937 el autor, que más ha hecho llorar y sufrir a los oyentes, televidentes y amantes del cine, sin exigencias de varias generaciones, ya despejó el camino de lo que hoy en día lastra, de forma más o menos edulcorada,  los nuevos caminos del melodrama poco energético. Pero ojo, el melodrama no debe ser desechado injustamente.

Hace años leía en uno de los escritos de la obra monumental de ese extraordinario hombre del siglo XX que sigue siendo  Lenin algo que rezaba, más o menos, que hay que extraer de lo malo lo bueno y adueñarnos de ello como elemento incorporado y apreciable. Ahora bien, se habla de El derecho de nacer y en realidad las nuevas generaciones no han tenido un apreciable acercamiento a sus capítulo radiales. Y aquí me detengo y me pregunto y claro, pregunto: ¿las nuevas generaciones tendrían el gusto y la resistencia de escuchar 314 capítulos de sufrimientos en medio de un mundo tan extraordinariamente complejo en todos los órdenes de la vida sacudidos, además, por el imponente desarrollo tecnológico en innumerables campos  que van transformando la vida humana sobre el planeta Tierra?.

Recuerdo que años atrás la Productora de Programas dramatizados Radio Arte hizo un notable esfuerzo artístico y logró grabar los 314 capítulos de ésta novela, tal y como estaba escrita en sus libretos originales. A lo largo de ese tiempo hasta el presente se ha radiado por algunas emisoras del país y hace un par de años observé, en una tienda habanera, cómo las vendedoras escuchaban la novela en un pequeño radio mientras cubrían su turno de trabajo, logrando atraparlas tanto la trama, que un cliente como yo debió aguardar el desenlace de ese capítulo que, como todos, dejaba angustia e incertidumbre en el más pinto de la paloma, lo cual, indudablemente, es de un recurso de pegada de altos quilates y que poseía, como don natural Caignet.

 

Pues bien, apenas embozado el tema  me resulta de mucho placer compartir con el lector lo que constituyó el cuerpo de la sinopsis tomada en cuenta para  el trabajo último y más reciente en Cuba de El derecho de nacer. Documento que atesoré en mis  manos cuando por entonces era el promotor cultural de Radio Arte y viajaba, de un extremo a otro del país, publicitando lo que de antemano ya estaba solicitado por la audiencia nacional. En ese sentido me debe kilómetros de publicidad el ilustre santiaguero. Sin más, aquí les va la sinopsis. Los comentarios los ponen ustedes. Los míos los anoto entre paréntesis.

La historia de una familia muy rica que además del palacete que tienen en la provincia de  Oriente de Cuba, posee una casa de recreo en el campo. El matrimonio que encabeza la familia tiene una hija llamada Isabel Cristina, de una belleza fuera de lo normal (problema bien serio: lo normal y anormal de la belleza femenina). Entre los jóvenes ricos y de alcurnia, la linda joven de 20 años representa su más codiciado ideal (obsérvese como reduce el autor los asuntos bien complicados del ideal humano…por supuesto, esto le permitirá en la trama moverse a sus anchas). Aunque todos la cortejan ella se muestra indiferente toda vez que vive enamorada de un joven que no pertenece a la alta sociedad. (Aquí el autor pone las debidas distancias sociales tan necesarias para que fluyan lo primeros atisbos de un río de lágrimas insondables).

Pasado algún tiempo, ella, de acuerdo con su criada, Mamá Dolores (el inefable personaje) que la atendió desde la cuna, se entrega al novio y queda en estado (los embarazos  de las novelas de este corte eran siempre bien recibidos por las oyentes por lo que pudiera tocarles de cerca o no).Isabel Cristina le explica al novio que debe hacerse un aborto para evitar que la familia se entere. Y el novio, temeroso de ser descubierto, le plantea que resuelva ella el problema, la abandona y se va del país (así de simple y comienza el gran problema). Cuando los padres se enteran la agreden y la encierran en la casa que tienen en la finca (siempre hay una casa en la finca que promete grandes angustias, sufrimientos y otro chorrito de lágrimas) para que nacida la criatura  le quiten la vida sin que ella lo sepa (asunto bien tenebroso digno de un capítulo del un serial policiaco). Su criada va con ella a la finca. Ella era una negra que había sido esclava pero que siempre estaba junto a su preciosa damita, como ella le decía. Al nacer la criatura,  que resultó ser un lindo varón, Mamá Dolores se niega a que el niño muera y un día, sin que nadie lo supiera, se lleva la criatura para La Habana y se cambió de nombre (lo que le fue posible, en ese tiempo).

Los años pasaron, la familia rica quedó convencida que el niño y la negra habían muerto y aunque trataron de buscarle marido a la hija (recurso que hizo crecer el enredo de la trama y el capitulaje de la radionovela) ésta se negó y quiso enclaustrarse en un convento hasta profesar y convertirse en monja  (vaya pasado complicadito que bien puede perdonarse en la religión  y en pos de logros ulteriores en  un enredo bien necesario a la trama en general). A partir de ese momento pasó a vivir a La Habana y la familia tras ella para estar cerca de la hija (aquí La Habana, con sus virtudes y defectos, pasa a  convertirse en el plato fuerte como parte de la atracción ambiental). En tanto, Mamá Dolores, trabaja en casas cuidando al mismo tiempo al niño que ella salvó y cuyo talento ya despuntaba desde su infancia. La criatura siempre le decía a la negra: mamá (recurso bien conmovedor y ajustadísimo a lo que ya iban a significar para los oyentes (ellas) próximas escenas de puro sufrimiento). Mamá Dolores siempre le dijo al niño que salvó que sus padres habían muerto y ella lo había criado.  El niño llamado Alberto Limonta idolatra a la negra (se está preparando un gran salto al vacío).

Un día, por efecto de un accidente,  Don Rafael del Junco, abuelo de Alberto, por poco pierde la vida (eso fue por poco, debe el lector pensar que si llega a morirse, se botaba a la basura un enorme caudal de escenas lacrimógenas necesarias para el engorde de infinidad de capítulos así como vasos comunicantes, imprescindibles, para que el enredo mantuviera a la oferta radiofónica en el primer lugar de la audiencia). Llevado al hospital Don Rafael del Junco, donde trabajaba su nieto, éste lo operó y además le donó su sangre para salvarle la vida. Después de recuperado llevó al médico que lo atendió tan especialmente al seno de su familia para presentarlo y Alberto se convirtió en el personaje más importante entre todas sus amistades. Por supuesto, la familia ignoraba quien era Alberto Limonta y éste, a su vez, ni por la mente le pasaba que ellos eran sus abuelos (ternura escondida para consumo de la audiencia que siempre esperaba, capítulo a capítulo, el develamiento de la verdad).

El contacto entre la  familia fue tan continuado que la hija de una tía se enamora de él y él de ella  (asunto inevitable y bien necesario para preparar el terreno melodramático que nos va llevando de la mano hacia el final, aún lejos). En cierta ocasión ella lo lleva a conocer a su prima que no es otra que su madre convertida en monja y que ignora que  ese médico es su hijo. Por supuesto que se crean condiciones más comprometidas (las firmas jaboneras agradecen al guionista las nuevas ocurrencias). Don Rafael del Junco, ante la negativa de Alberto de llevar a su madre a conocerles, pues no salía nunca, decide aparecerse en su casa sin decir nada y al ver a Mamá Dolores se da cuenta de que el médico es su nieto (golpe contundente para amarrar a la audiencia a más no poder.)

La noticia estremece al abuelo del médico, le da un síncope y pierde el habla (¿cuándo hablará  Don Rafael del Junco?, una y otra vez se  comentaba de casa en casa el resultado de esta pregunta). Ya en su casa  convaleciente el doctor Limonta es llamado para atenderlo. Éste va a diario donde, ante la gravedad de su abuelo, está presente su hija, la monja,   que habla con el médico sin saber que es su madre y éste sin saber que era la madre (la apoteosis del sufrimiento clavado en el alma de las oyentes pegaditas al radio). Pasado el tiempo todo se descubre. Don Rafael del Junco y su hija, la monja,  quieren darle su apellido al hijo pero Limonta se niega alegando  el deseo de continuar con el apellido de Mamá Dolores. Todos lo aceptan y termina casándose con la prima.(fin de las lágrimas sobre una realidad posible).

Estos son, en esencia,  los caminos de El derecho de nacer. Indudablemente la vida en realidad puede ser así  de compleja y enredada aunque las épocas vayan cambiando. Caignet, acaso,  redescubrió el método melodramático que necesitaban  algunos grandes empresarios de la época  para incrementar sus arcas, donde dinero y lágrimas fueron un solo amasijo.

No se ha dicho todo sobre  el fenómeno de audiencia extraordinaria de la inolvidable radionovela que ha traspasado los límites del tiempo. Hay tela y tijera esperando. Sólo me limito a  secarme alguna que otra lágrima y dejar el pañuelo, bien lavado, secarse al sol…después de todo. llorar no es definitivamente malo. Tiene sus ventajas de limpieza.

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