Leonardo, un héroe de blanco con ojeras negras

El sonido es inconfundible y ofrece al intensivista Leonardo Antonio Álvarez Pérez parte de la información necesaria sobre los signos vitales y parámetros fisiológicos complejos del paciente al cual intenta salvarle la vida.

El tiempo deja de existir cuando se está pendiente de ese propio sonido, de datos en una pantalla, de un gesto, de una mirada, de un leve movimiento. Y es que el joven villaclareño de tan solo 27 años de edad se ha convertido en uno de los especialistas más destacados en el combate contra la pandemia en Venezuela.

“Aquí nosotros hemos atendido a la mayoría de los pacientes graves del Estado de Miranda y he pasado, al igual que el resto de mis colegas, muchas noches sin dormir, al lado de ellos, pendientes todos de los parámetros vitales. Te confieso que es una situación compleja y la vez nueva para nosotros”, explica. 

Empleando las medidas de bioseguridad establecidas, recorre miles de kilómetros en pocos metros cuadrados cuando va de una cama a otra. Así se le ve, ajustando pantallas, tocando botones o pendiente de los ventiladores que dan soporte respiratorio a seres humanos como usted y como yo.

Beep, beep, beep, el sonido pudiera parecer rutinario, pero no lo es. Se mezcla incluso con el de la ventilación mecánica, sin embargo, él los identifica a la perfección. Ha entrenado su oído para ubicarlos y separarlos del resto de las voces de la habitación. Su responsabilidad es alta pese a la edad y a ello se consagra con decoro.      

Leonardo es Médico General Integral diplomado en Terapia Intensiva. Casi recién graduado llegó a la República Bolivariana y 4 meses después miraba de frente al SARS-CoV 2 y sus estragos. Escribo miraba, pero aún mira de frente las secuelas, el dolor y la impotencia que genera una enfermedad así. 

En los últimos días Venezuela se ha visto afectada por las variantes o cepas brasileñas P1 y P2 que han duplicado el contagio, la agresividad y la letalidad del Coronavirus. Contemplo al mozo frente a mí y veo a un titán “vestido de estéril”. Su careta es su escudo, su corazón es su corcel, sus manos son las lanzas que impiden el avance del virus.

¿Cómo puede alguien no sentir temor en un combate contra semejante enemigo? La pregunta lleva meses en mi mente, pero nunca había tenido la oportunidad, hasta ahora, de entrevistar a un valiente de la zona roja. Lo miro a los ojos y espero una respuesta.

“Temor siempre voy a tener, somos seres humanos así que nunca lo dejaré de sentir; pero uno se prepara para vencerlo. Incluso en estos momentos seguimos estudiando, aprendiendo, leyendo mucho y consultando las últimas investigaciones que sobre la COVID 19 se publican a nivel mundial, esa es también una forma de vencer al virus”, refiere el intensivista.

Sabemos que la muerte es como antítesis de la vida, parte lógica de un proceso irreversible; hasta ahí quizás podemos entenderlo. Aunque nadie lo comprende mejor que los médicos; no obstante, perder a una paciente calcina hasta la médula en un dolor que se acumula.

 “Ver morir a un paciente es triste, muy triste, no sólo porque es una derrota para el especialista, sino porque a veces no sucede como con otras patologías que has tenido oportunidad de conocer a la familia del enfermo. Con la COVID-19 ni siquiera tengo la ocasión de explicarles a los seres queridos como fueron los últimos minutos de vida; aunque nuestro equipo de trabajo aquí en Venezuela siempre es muy humano a la hora de informarlo”, explica.

Luego me cuenta que dentro de la unidad de cuidados intensivos creada para este tipo de emergencias ha hecho hasta lo inverosímil por salvar vidas, que cuando ya no hay solución y la luz comienza a extinguirse pese a miles de esfuerzos y manos afanosas, hace todo lo posible para que partan con dignidad, sin dolor, calmados.

Luego hay que reunir todo el coraje del mundo y comenzar de nuevo. Voltearse y darles ánimo al resto de los pacientes que quizás entiendan lo sucedido. Ya no se empieza desde cero, sino desde lecciones que nunca más se olvidarán.

¿Entonces?: “Vuelves a sujetar sus manos y les dices que estás allí para ellos”, cuenta sin vacilación.

 Un joven de estos tiempos

Por azares del destino el villaclareño trabaja en el único de los 23 Estados venezolanos que lleva un nombre que enaltece a quien se conoce con el título de “El Primer Venezolano Universal”; un hombre que participó incluso en la Revolución francesa.

Me refiero a Francisco de Miranda, el precursor de la emancipación americana contra el Imperio español. Hoy Leonardo, con su accionar altruista en la Patria de Bolívar y Chávez, honra a estos grandes seres de luz y sigue sus pasos en pos del bien ciudadano.    

Ser un joven formado en los principios y valores de la Revolución cubana, en el espíritu de lucha de todo un pueblo, en la solidaridad y humanismo de una nación como la nuestra, ha forjado el carácter del galeno, lo ha templado como el acero; aunque en esa mezcla se han fundido también la sencillez, el decoro y mucho, mucho amor.

Me dice que desde pequeño la escuela te prepara para ello; luego la carrera de medicina te da las herramientas necesarias para madurar y crecerte, pero es en el ejemplo de miles y miles de jóvenes que le antecedieron, donde él encuentra la inspiración necesaria para arriesgar su vida allí, en la línea roja.

El camino siempre es duro para un médico, porque a veces hay muerte, dolor, sufrimiento; pero también agradecimiento, amor, esperanza y vida: “Trasnocho mucho, pero es lo que elegí, es lo que creo y es lo que seguiré haciendo hasta que las fuerzas me abandonen”, comenta.

Las ojeras lo identifican, lo definen -me aclara antes de tomar las fotos-, ojeras por el mal dormir, ojeras por la preocupación constante, ojeras que generan más ojeras y se vuelven unos surcos tan grandes debajo de los ojos, que parece, asoma por allí el alma.

Esas son también secuelas que deja el combate constante contra la COVID-19. Pero Leonardo sigue adelante. Lleva 24 meses en la República Bolivariana y ha madurado siglos, aunque siente a veces un nudo en la garganta que no puede explicar, o tal vez sí, porque desanda en su mente muchas millas cuando piensa en el hogar.

Como es lógico extraña a la familia, a los amigos que dejó en Cuba, al barrio y hasta algún que otro partido de dominó bajo una noche estrellada. Grandes son a pesar de sus 27 años, las responsabilidades que tiene en el CDI “La California del Sur”, el segundo más importante de todo el Estado. Tal vez por eso “lo obligan” a comunicarse a diario con su gente. 

 “No te lo voy a negar, se extraña porque se necesita a la familia y más en esta etapa de la vida, te diría incluso que es imprescindible. Por fortuna, gracias a la dirección de la misión médica cubana aquí, a nuestro coordinador, a la dirección del Estado, he podido mantener la comunicación constante con ellos allá en la Patria. Saber de tu gente es un requisito y una exigencia más de nuestro trabajo”.

No sabe cuándo, pero sí está seguro que a su llegada lo recibirán con un abrazo de esos que no tienen fin; le estrecharán la mano y le dirán: “misión cumplida”. Eso es todo cuanto quiere.

Me enorgullece su actitud, me enorgullece su entrega, me enorgullece ser cubano y vivir tantas muestras de coraje por parte de los colaboradores cubanos. Pienso entonces en que no necesitan premio o recompensa porque ya lo tienen y es el más grande de todos: el agradecimiento de millones.

Leonardo sonríe por vez primera, quizás intuye que llegamos al final de la entrevista. Con una profundidad de pensamiento que me recuerda a grandes filósofos de la antigüedad me habla sobre los retos de la juventud cubana, sobre metas y aspiraciones. Eso sí, quiere dejarlo claro, ellos no defraudarán la confianza depositada por la máxima dirección de la Revolución.

Para las campañas de descredito y para quienes intentan nublar el brillo de su compromiso con la UJC, responde: “Alguien muy importante dijo una vez que la juventud que no crea es una anomalía. Los jóvenes cubanos nunca seremos una anomalía; estamos creando, estamos salvando vidas en todo el planeta y dando lo mejor de sí por la Patria”.     

Por si alguien lo duda, solo baste decir que más del 40% del total de los colaboradores cubanos en Venezuela son jóvenes que no sobrepasan los 35 años de edad. 

 

 

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