Derechos en picada

Sin embargo ese indicador es peor en el caso de las mujeres afroamericanas que alcanza un 44, mientras las blancas un 13 por cada mil nacimientos.

Se trata de un fenómeno que va a contracorriente de las tendencias en el resto del mundo industrializado donde se produjo un descenso en el mismo periodo.

Mientras tanto, un informe reciente del Programa de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano (PNUD) indica que la esperanza de vida de los estadounidenses es de 79,2 años, dato que lo ubica en número 40 del mundo, por detrás de naciones desarrolladas y de países latinoamericanos como Cuba, Chile y Costa Rica.

Mientras la esperanza de vida de un hombre blanco con estudios universitarios es de 80 años, la de un hombre afroestadounidense con poca formación es de 66 años.

Luke Shaefer, profesor y director de la Iniciativa para la Solución de la Pobreza de la Universidad de Michigan, afirma que «l país luce bastante bien si comparas la parte alta de la sociedad estadounidense con el resto de países ricos. El tema es la increíble diferencia en bienestar entre los pobres y los ciudadanos con más recursos», agrega e indica que para 2008 la esperanza de vida de los hombres afroestadounidenses sin educación superior era equivalente a la de los ciudadanos de Pakistán, Bután y Mongolia.

El índice de mortalidad infantil -el número de niños que fallecen por cada 1.000 nacimientos vivos- es otro indicador clásico de bienestar social y según el más reciente informe del PNUD, que utiliza datos de 2015, en Estados Unidos esa cifra se ubica en 5,6.

Esto le coloca en el lugar 44 del mundo, nuevamente superado por el conjunto de países ricos, así como por Cuba, Bosnia Herzegovina y Croacia.

En este caso, además, las diferencias sociales dentro de Estados Unidos también se hacen evidentes.

Según Shaefer, para 2011 la tasa de mortalidad infantil para afroestadounidenses era similar a la de Togo y a la de isla de Granada.

De acuerdo con un estudio de Unicef publicado en 2012, que comparaba la situación de los niños en 35 países con economías avanzadas, Estados Unidos aparecía en el penúltimo lugar, solo por delante de Rumania.

El indicador de pobreza infantil relativa, que mide el porcentaje de niños que viven en un hogar cuyo ingreso -ajustado al tamaño y composición de los miembros de la familia- es menor al 50% del ingreso medio nacional, ubicaba en esta situación a 23,1% de los menores estadounidenses.

Aunque EE.UU. es la sede de decenas de las mejores universidades del mundo, ello no implica que la formación promedio de los estadounidenses esté a la altura de esas casas de educación superior.

Además el país  tiene 16 millones de personas analfabetas, más que muchos otros países desarrollados en el mundo. La cifra de personas que no saben leer ni escribir representa el 8% de su población.

Muchos creen que el sistema les falla a quienes necesitan más ayuda y que hay una gran disparidad entre las áreas ricas y las más pobres del país.

Para ser el país más rico del mundo, Estados Unidos tiene un porcentaje sorprendentemente alto de su población que experimenta problemas para conseguir la comida que necesita para alimentarse.

Un estudio del Departamento de Agricultura de ese país estimaba que para finales de 2014, la fecha de la medición disponible más reciente, cerca de 14% de la población estadounidense enfrentaba lo que se conoce como inseguridad alimentaria: dificultades en algún momento del año para proveer la comida necesaria para todos los miembros de la familia, debido a problemas económicos.

Dicho de otra manera: no les alcanzaba siempre el sueldo para alimentarse.

Es significativo que 17 millones de hogares aseguran que no siempre tienen el dinero para poner la comida en su mesa. Más aun, agrega el reporte, 6,9 millones de hogares tenían muy baja seguridad alimentaria.

Las informaciones tomadas de publicaciones recientes de la británica BBC News son elocuentes y reiterativas en apuntar al deterioro de derechos humanos fundamentales en EE.UU., donde las cosas no han cambiado en el primer año de Trump, aunque desde junio de 2015 reconocía que «nos estamos convirtiendo en un país del tercer mundo».

Autor