Drogas y mentiras contra Cuba

No es casual que los principales traficantes y viciosos de la cocaína fueran los primeros en abandonar el país rumbo a Miami en 1959 o en los años inmediatos. Junto a los gobernantes corruptos, malversadores y los ricos, se marcharon sus aliados del narcotráfico y el hampa, que sirvieron durante décadas a los intereses de Washington en la Isla.

El propósito y la voluntad de eliminar totalmente las drogas, puestos de manifiesto en la Disposición Número 6 de la Administración Civil del territorio libre en la Sierra Maestra, del 7 de octubre de 1958, empezaban a hacerse realidad al huir los mafiosos estadounidenses y cubanos hacia EE.UU. Se declaró una guerra a sangre y fuego contra ese flagelo en el país, al desaparecer los prostíbulos y otros antros, al sanear el ambiente de diferentes barrios, unido al control de los hoteles, cabarets y otros centros que estaban en manos de los capos del narcotráfico en Cuba desde los años 30, con el incremento del nivel cultural de la sociedad y la consolidación de una política de igualdad y justicia social, de oportunidades de empleo para todos, con la entrega de tierras a los campesinos y la batalla por formar generaciones de mujeres y hombres sanos física y espiritualmente.

Esa realidad, que se abrió paso venciendo los obstáculos de bloqueos incrementados, del terrorismo de Estado de guerras encubiertas e invasiones, también confrontó desde un inicio las campañas difamatorias orquestadas por la Casa Blanca.

La droga como pretexto histórico

A Washington no le bastó la utilización de las mafias del narcotráfico para tratar de asesinar al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. En 1966 un informe del Senado estadounidense acusaba al líder cubano de «contrabandear» heroína procedente de China hacia territorio estadounidense, «para financiar actividades de las guerrillas en América Latina», tesis manipulada de una forma u otra en los años sucesivos.

Una investigación del Centro de Estudios sobre Estados Unidos revela que durante toda la década de los 70 del siglo XX, los gobiernos de ese país acusaron a la Isla de manera reiterada de traficar con drogas, sin que nunca pudieran tener una sola evidencia, pero quedaba demostrada la intención velada de lacerar la imagen de Cuba, de manera tal que el mundo asociara a sus gobernantes con el flagelo.

Transcurría el año 1989 cuando el Comando Sur de EE.UU., el mismísimo que hoy amenaza con invadir a Venezuela, en esa época con base en Panamá, se preparaba para las «nuevas misiones» dentro del «programa antidrogas» de la administración de George Bush. Washington perfilaba sus fuerzas de intervención en los «conflictos de alta probabilidad» que veía cercanos en América Latina, y la lucha contra el narcotráfico era un buen pretexto para actuar.

Desde hacía dos años se había lanzado una fuerte campaña de descrédito contra las autoridades panameñas –como hoy lo hacen contra la patria bolivariana- y faltaban escasos meses para la sangrienta madrugada del 20 de diciembre de 1989, cuando se produce la invasión estadounidense contra el país istmeño.

Cuba no estaba exenta de la amenaza. El silencio guardado por la Casa Blanca y sus agencias especializadas ante el caso de militares cubanos implicados en lo que se denominó posteriormente la Causa 1 de 1989, evidenció que EE.UU. preparaba un expediente secreto muy peligroso para la seguridad de nuestro país, y en lugar de informar o alertar a tiempo de lo que estaba sucediendo, acopiaba pruebas para justificar acciones políticas y militares.

Mientras Cuba esclarecía aquel proceso con la mayor limpieza y rigor, en el vecino del norte el periódico The New York Times publicaba un artículo del ultraconservador subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos Elliot Abrahms, actual enviado especial para Venezuela, quien volvía a acusar al gobierno cubano y proclamaba héroes a los sancionados en la Causa 1.

La doble moral y la manipulación volvían a ponerse de manifiesto, y hoy la reviven con un gabinete de la peor especie, que no desaprovecha incluso a personeros que antaño explotaron en el tristemente célebre escándalo del Irán-contras (1985-1986), como el propio Abrahms, quien reveló la profunda implicación del Pentágono, la CIA y la Casa Blanca en uno de los casos de corrupción y violación de la ley más connotados en la historia de EE.UU.

El Irán-contras o Irangate desenmascaró el financiamiento de la contrarrevolución nicaragüense, que dirigía el Consejo de Seguridad Nacional y tenía tres fuentes principales: la CIA, el tráfico de armas y el de drogas. En todo ello volvieron a salir como protagonistas «cubanos exiliados de Miami».

Difícilmente pueda hablarse de un año del decenio de los 90, en el que en EE.UU. no haya surgido una campaña o una amenaza a Cuba relacionada con la infamia de que el país no combate adecuadamente el narcotráfico o, incluso, de ser cómplice de determinados hechos.

Desde la Casa Blanca, el Capitolio o el Departamento de Estado llovieron las mentiras, las omisiones o suspicacias, pese a las abundantes evidencias de la efectividad de los planes de enfrentamiento y la prevención desplegados por Cuba y la amplia colaboración internacional, en lo bilateral y multilateral, que avalan un reconocido prestigio.

La nota risible del momento la puso el propio presidente William Clinton en 1998 cuando afirmó: Cuba es un «candidato lógico» a la lista negra de los actores principales en la producción o tránsito de drogas hacia EE.UU. La gran ironía era que su país era el único en el mundo que se negaba a cooperar oficialmente y de forma permanente con las autoridades de la Isla en tan sensible batalla, cuando es el mayor consumidor del planeta y destino fundamental de la droga que Cuba incauta. Solo entre 1994 y 1998, el sistema cubano de enfrentamiento evitó el traslado a territorio estadounidense y de Europa de más de 31 toneladas de esas sustancias.

Reciclaje de un argumento

La reciente falacia, reproducida por la revista Newsweek, confirma que el tema fue tirado desde hace mucho tiempo en la misma bolsa que el de los «derechos humanos», que se extraen e introducen en la agenda de la política agresiva y hostil contra Cuba sin el menor escrúpulo, en dependencia de los intereses, tácticas y estrategias que se cocinan en el Consejo de Seguridad Nacional; donde con Donald Trump entran y salen, con una tendencia de mal a peor, exjefes militares, de la CIA o de la mafia de Miami, de los que nada bueno podemos esperar. Allí se cocinó el escándalo Irán-contras, y los que están por venir en tiempos de coronavirus.

El brebaje sigue siendo el mismo. Vuelven a jugar con candela cuando la pandemia tiene en jaque a Trump, quien busca desesperado una cortina de humo, que ya tiene desplegada frente a las costas venezolanas con el mismo Comando Sur de la invasión a Panamá, halcones ávidos de petróleo y de poder.

El Gobierno cubano, con más de seis décadas derrotando los infundios y agresiones de todo tipo, lo ha calificado como una calumnia total e infundada, con implicaciones peligrosas.

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