El contagio de la COVID-19

Estas son “grandes”, milimétricas o un poco menores, y caen en las superficies a no más de un metro de distancia del emisor, o se respiran directamente por una persona sana. En las superficies quedan latentes y el que las toque y se lleve la mano a la nariz o a la boca puede quedar también infectado. Se dice que los virus de las gripes comunes pueden supervivir en superficies duras hasta 24 horas, en los tejidos solo 15 minutos, y en las manos mucho menos.

De una forma muy parecida se trasmite el virus que provoca la COVID-19. Se ha descubierto que es detectable en aerosoles durante hasta tres horas, hasta cuatro horas en cobre, hasta 24 horas en cartón y ¡hasta dos o tres días en plástico y acero inoxidable! Esto lo hace muy estable y contagioso. Y no podemos pensar que los “aerosoles” son solo aquéllos que se expelen al toser o estornudar.

Nuestros sentidos se han desarrollado para percibir el universo que nos rodea a nuestra escala de tiempo y de espacio. Así la selección natural ha conducido a que podamos supervivir y progresar como especie. Si “viéramos” solo lo que ocurre en las escalas mili, o micrométricas hubiéramos desaparecido. Los leones africanos se hubieran hecho cargo de nuestros ancestros, porque no los hubieran identificado como peligro de tan grandes que les aparecerían. Al tamaño métrico de nuestros cuerpos le conviene ver sobre todo lo de dimensiones equivalentes. Algo similar ocurre con el tiempo. Nuestros sucesos son muy demorados para los cambios que le ocurre a la molécula de una sustancia cuando se transforma. Los más lentos de esos procesos ocurren en millonésimas de segundo y para nosotros un segundo en muy poco tiempo.

Los virus existen en las escalas de tamaños que no podemos ver. El de la COVID-19 es del orden de las milmillonésimas de metro. Mide entre 70 y 90 nanómetros (o nm), que es como se conoce esa unidad de medida. Son grandes complejos moleculares con respecto al agua o al oxígeno, pero demasiado pequeños para que nuestros sentidos métricos los puedan detectar.

Además de los estornudos y la tos, al hablar proyectamos al exterior gotas de saliva en forma de aerosoles, mucho más pequeñas y nos resultan invisibles. Alcanzan el tamaño de solo una millonésima de metro. Podemos expeler aproximadamente de 1 a 50 partículas por segundo, según un reciente artículo de la revista Nature1. Si estamos infectados, con o sin síntomas, con el virus de la COVID 19 esas gotas ínfimas de saliva que no vemos ni sentimos pueden transportarlo y ponerlo a nuestra disposición para contagiarnos.

Las microgotas del aerosol del habla no se caen a un metro de distancia como las “grandes” de la tos y el estornudo. Pueden permanecer cierto tiempo en el aire y recorrer mayores distancias en el espacio por su tamaño micro y nanométrico. Esto se debe a que a esas dimensiones varios efectos propios de su composición molecular, como sus cargas eléctricas, y las de las diversas proteínas en la saliva y de la propia agua les permite asociarse con las moléculas de aire en movimiento. Permiten así desplazamientos estables de metros, y quizás más si encuentran algún polen mejor preparado para flotar aerodinámicamente. Son una temible fuente de infestación.

Los nasobucos son una protección como casi todas, estadística. Es menos probable que si usamos bien y los mantenemos limpios, una de las micro o nanogotas infectadas entren en nuestras vías respiratorias. Pero esta protección es solo parcial, obviamente. Con ellos protegemos sobre todo a los demás de nuestras propias emisiones, si estamos infestados.

La mejor protección, sin dudas, es el distanciamiento físico. Y esas distancias deben guardarse hasta para ayudar a un tercero. La tragedia que enfrenta en este momento la humanidad está también matizada por los contagios a y del personal sanitario, que obligatoriamente debe acercarse al paciente y usarse la palabra para la comunicación.

Esto conduce a que se debe diseñar de forma muy especial cualquier acción de interacción entre el personal sanitario y las personas que atienden. Si alguien infectado, pero sin síntomas, es tratado por un agente sanitario, invariablemente lo contaminará. Si el tal agente atiende después a una persona sana, también puede ocurrir un nuevo contagio. Evitar toda interacción superflua o innecesaria es vital. Muchas vidas se pueden ahorrar en estos casos.

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