El espíritu de Cuba en Baraguá

 El Mayor General Antonio Maceo se aprestaba a saldar la herida que, por encima de las 21 recibidas en su cuerpo durante la Guerra Grande, dolía más: aquella ocasionada por el Pacto del Zajón, firmado por políticos y militares cubanos desarmados por el divisionismo, el regionalismo, el caudillismo y la indisciplina.

El Pacto había sido rubricado ante el mismo colonialista que Maceo recibiría, el general Arsenio Martínez Campos. Era el momento de limpiar la vergonzosa rendición, de ahí que, llegado el encuentro, el mambí rechazara de tajo el armisticio inaceptable que no planteaba la independencia de Cuba ni la abolición de la esclavitud.

La sangre derramada por la causa de la libertad no podía olvidarse, y el parco diálogo fijó la determinación de proseguir la lucha el siguiente día 23, para dejar sentado el principio del deber.

El ejemplo de Maceo se agigantó, su actitud ejemplar arrastró a jefes, oficiales y soldados en el amor a la Patria. No en vano Martí le expondría en una de las cartas previas a la Guerra Necesaria: «Precisamente tengo ahora ante los ojos la Protesta de Baraguá que es de lo más glorioso de nuestra historia».

El Titán de Bronce salvó a Cuba para todos los tiempos. En ocasión de la Crisis de Octubre de 1962, bastó al Che Guevara afirmar que toda Cuba fue un Maceo para definir la firmeza del pueblo frente al peligro nuclear, y luego, al convocarse en crucial momento al IV Congreso del Partido, se haría bajo la divisa de que el futuro de Cuba será un eterno Baraguá.

De ahí que, en su centenario, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz afirmara que, con la Protesta de Baraguá, llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo.

Autor