Hace 129 años, con su visión anticipadora, Martí proclamó a la emigración cubana la necesidad de crear un órgano, que proporcionara una línea programática a la nueva guerra en preparación, y diera coherencia y unidad a los dispersos esfuerzos independentistas bajo un mismo programa de acción.
Constituía entonces una necesidad lograr la superación de las principales causas, que mantenían desunidos a los patriotas, y era impostergable crear un espacio político, donde se juntaran cuantos estuvieran dispuestos a la acción revolucionaria, sin limitación alguna por color de la piel, sexo, nacionalidad, posición social, criterios sobre el ordenamiento social, la ubicación dentro o fuera de la Patria, y la participación o no en las anteriores contiendas.
Solo mediante una organización, que uniera en su programa los intereses y características de los diferentes grupos de emigrados y los integrantes de la sociedad cubana, sería posible crear, en un futuro, una república sin predominio de clase social alguna y de carácter popular, con el apoyo de las grandes mayorías, y venciendo los históricos temores y prevenciones.
A la vez, «debían transformarse los métodos de dirección y superar las contradicciones principales entre: militares y civiles, cubanos radicados en la Isla y en el exilio, patriotas veteranos y de la nueva generación, ricos y pobres, patronos y obreros, habitantes de las provincias occidentales y orientales, cubanos y españoles, negros y blancos».
«La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político», puntualizaba Martí.
Para encauzar el pensamiento y la acción patrióticos, el Apóstol fundó entonces el Partido Revolucionario Cubano (PRC) y fue su primer Delegado, esfuerzo que representó la máxima expresión de su genio político, en el que demostró su capacidad para aunar al pueblo y dirigirlo hacia el logro de sus más altos propósitos. Así concluyó el proceso que había comenzado algo más de tres meses antes, cuando se habían aprobado las bases y estatutos secretos de la organización, en Cayo Hueso, EE.UU..
Con motivo del discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto de masas en virtud de la clausura del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), en la Plaza de la Revolución, el 22 de diciembre de 1975, y ante más de un millón de personas congregadas allí expresaba: «Si allí en el Carlos Marx se reunió el Congreso del Partido, aquí en la Plaza de la Revolución se reúne el Congreso del pueblo para expresar su apoyo a los acuerdos del Congreso. Pero si allí votamos, aquí debemos votar también. Si allí discutimos y aprobamos todas las tesis, aquí, en representación de todo el pueblo, debemos también votar, y preguntarle a nuestro pueblo si apoya o no apoya los acuerdos del Congreso.
«Es decir, ¿estamos conformes con los acuerdos del Congreso?», preguntó Fidel, y no se hicieron esperar, en medio de una ovación cerrada, las exclamaciones de «¡Sí!».
También preguntó si alguien estaba en contra o se abstenía, e igualmente la respuesta, entre aplausos, fue «¡No!».
Incomparable ejemplo de democracia. Las tesis aprobadas por el Partido Comunista de Cuba para trazar el rumbo de Cuba para los años futuros fueron aprobadas de manera libre y entusiasta por el pueblo de la capital y en las provincias, porque como recalcó Fidel, «nuestro pueblo se siente representado en el Partido».
«Pero además –enfatizó Fidel en el mismo método martiano con el que surgió el PRC– las tesis más importantes fueron discutidas con todo el pueblo. El pueblo participó en la elaboración de esas tesis y en la elaboración de la política de los años futuros. ¡Y por eso sabe que las tesis y los acuerdos del Congreso son sus tesis y son sus acuerdos!»
Los principales desafíos de entonces se parecen mucho a los principales desafíos de hoy. Entonces Cuba luchaba contra el colonialismo español y Martí advertía con anticipación el interés del naciente imperialismo norteamericano por apropiarse de la Isla. Hoy y durante casi seis décadas, el pueblo cubano ha sabido resistir el bloqueo económico, comercial y financiero más cruel de la historia de la humanidad, calificado internacionalmente como genocida, impuesto por los gobiernos de Estados Unidos desde los primeros años de la Revolución triunfante en la Mayor de las Antillas, y recrudecido hasta el extremo, de manera coincidente con el inicio de la pandemia de la COVID-19 desde marzo de 2020, con el mismo interés de asfixiar al pueblo que usó el colonialismo español con la inhumana reconcentración, decretada por Valeriano Weyler en 1896.
«Una nueva etapa de la Revolución se inicia con este Congreso. El camino hasta aquí no ha sido fácil, pero lo hemos andado. El camino futuro tampoco será fácil, pero lo andaremos mejor todavía», dijo Fidel en la clausura pública del Primer Congreso del Partido.
Y ahora, en vísperas del Octavo Congreso del PCC, la vigencia de esa confianza resuena fuerte en los oídos del pueblo cubano, heredero de las tradiciones históricas, combativas y unitarias forjadas por Martí y Fidel.