Graziella Pogolotti entre los sueños y las algas

Su enseñanza desbordaba las aulas para trasladarse a la calle en busca de un examen de conciencia (1965) que convirtió su carrera en un mágico laboratorio de vocación y ética incomparables. Su pensamiento, bien tejido entre el fascinante legado de los socialistas utópicos franceses y el arranque martiano de Fidel Castro, la preservaron como una de las figuras intelectuales más prominentes, a caballo entre los siglos XX y XXI, para dicha nuestra. Reflexionar, enseñar, examinar nuestras raíces, fueron acciones que nunca lograron encerrarla en la célebre torre de marfil, sino que la pusieron al frente de esa noble armada teatral que echó su suerte con los pobres de la tierra.

Hija de Sonia Jacobson y Marcelo Pogolotti, su infancia transcurrió alimentándose a través de colegas y admiradores, apasionados por ese amor a la creación infinita no solo de lo bello sino de lo necesario. En el libro Del barro y las voces (1968), su padre cuenta una anécdota inolvidable por su criolla ironía. Don Marcelo había acabado de perfilar un óleo estupendo con un tema social que lo enorgullecía.  Apareció Graziella frente al cuadro y solo atinó a agarrar un tintero cercano que lanzó contra la obra. Comprendió entonces el gran pintor cubano que, ya para entonces, Graziella había decidido andar por los caminos de la crítica.

Junto a mis queridas Thalía Fung y Elsa Rodríguez Cabrera, tuve el privilegio de ser su alumna en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana.  Y como desde el principio preferí la literatura francesa, tuve a Graziella como un incesante surtidor que nos introdujo en el conocimiento de François Villon, de los Thibault y de Ana de Noailles. Sin embargo, en medio de cierta incertidumbre que esgrimían algunos con fanatismo inexplicable, la admirada Dinosauria acogió con beneplácito que el tema de mi tesis de grado recayera en el martiniqueño Aimé Césaire y su clásico Cuaderno de retorno al país natal (1939).  Eran los duros, pero espléndidos años 60, época clave para entender a Graziella y los presupuestos derivados de su propia experiencia.

La sabiduría de Graziella es diversa, múltiple –como nuestras culturas– atemperada con el constante estímulo a los jóvenes mediante su propio esfuerzo personal tan parecido al de los gladiadores romanos. Quiero parafrasear al poeta chileno Raúl Zurita y, con su ingenio, dibujar un retrato más bien lírico que dice:

«Cuando todo se acabe quedarán tal vez estas algas pues pertenecen al quehacer de Graziella y ellas sobrevivirán a las marejadas: Graziella a los siglos y a los sueños».

Felicidades, Graziella, en este nuevo cumpleaños.

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