Ignacio Agramonte: paradigma de lealtad y patriotismo

Quizás sea esta la primera referencia en el orden militar en que se haya  mencionado a Ignacio Agramonte y Loynaz durante la primera guerra por la independencia de Cuba contra el colonialismo español (1868-1878).

La narración corresponde al camagüeyano, como Ignacio, Salvador Cisneros Betancourt, patriota entero y quien llegara a ser en dos ocasiones Presidente de la República de Cuba en Armas.

La acción fue la primera librada por las huestes mambisas que unos días antes, el 4 de noviembre de 1868, se habían lanzado a la manigua redentora, secundando la clarinada de Carlos Manuel de Céspedes en su ingenio Demajagua, el 10 de octubre, en el oriente de la Isla.

El combate entre las fuerzas camagüeyanas, con predominio de jóvenes revolucionarios de la ciudad de Puerto Príncipe (hoy Camagüey), y las españolas comandadas por el experimentado general Blas Villate —Conde de Valmaseda— ocurrió en un punto conocido como Ceja de Bonilla, a unos pocos kilómetros del poblado de Minas.

A partir de este enfrentamiento bélico,  Agramonte inició un ascenso constante en el quehacer militar que lo llevó a ostentar el grado de Mayor General del Ejército Libertador y ser uno de los principales líderes políticos de la insurrección hasta su muerte en combate, el 11 de mayo de 1873, en el potrero de Jimaguayú, al sur de Puerto Príncipe.

Entonces el joven Ignacio tenía solo 31 años de edad.

Había nacido el 23 de diciembre de 1841, en una casona en la parte céntrica de la villa, frente a la iglesia y convento de la Merced, y fue el primero de los cinco hijos del matrimonio formado por el abogado Ignacio Agramonte Sánchez Pereira y María Filomena Loynaz y Caballero.

Ignacio abrazó la misma carrera de su padre, pero apenas tuvo tiempo de desarrollarla, porque el clamor independentista lo acogió en su seno con mucha vehemencia, la misma que sintió por el amor a Amalia Simoni Argilagos, una joven principeña con quien se casó unas semanas antes de incorporarse a la guerra y tuvo dos hijos.

El joven se hizo general e impuso una férrea disciplina militar en la tropa que comandaba en el Camagüey, disciplina que él acataba el primero, y con orden creó una fuerza temible para los colonialistas.

José Martí lo llamó “Diamante con alma de beso”, y Fidel Castro, “insuperable valladar” ante la discordia, la sedición y la desorientación;  sus soldados le decían, sencillamente, “El Mayor”.

Se distinguió, además, por su lealtad personal y patriótica. Lo demostró en la fidelidad eterna que le juró a su amada, y a la jefatura de la Revolución, al presidente Céspedes.

Martí lo recordó así: “Pero jamás fue tan grande, ni aun cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso de pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se ha visto hasta entonces, dijo estas palabras: “Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de La República”.

La lucha por la independencia lo vio empinarse una y otra vez ante las adversidades propias de una contienda bélica con tropas no profesionales, insuficientemente armadas, frente a un Ejército bien formado, experimentado y mejor avituallado.

 Un ejemplo: en 1870 las acciones habían decaído por la operación hispana conocida como “Creciente de Valmaseda”, y la situación era muy difícil para los independentistas, asediados por la falta de recursos bélicos y la amenaza de presentaciones a los peninsulares.

A pesar de tal estado de cosas, las perspectivas eran buenas para el campo libertador, y por ello Agramonte y sus subalternos eran perseguidos con saña por numerosas columnas enemigas, pero sin lograr cercarlos y derrotarlos.

Viendo la fuerza con que resurge la revolución en Camagüey, las autoridades colonialistas optan por disuadir a Agramonte de persistir en la guerra y mandan emisarios al campo rebelde.

Allí surgió la conocida frase del jefe mambí cuando le preguntaron con qué contaba para continuar las hostilidades: “¡Con la vergüenza de los cubanos!”

Y siguió la guerra, que llegó semanas después a la memorable acción del rescate del brigadier insurrecto Julio Sanguily, prisionero de una tropa varias veces superior a la mambisa, a la cual atacó con una carga dirigida y protagonizada por el propio Agramonte, el general de primera línea.

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