Necesidad, posibilidad y realidad de un periodismo nuevo

Un verdadero alarde de la democracia electrónica, inaugurada, vaya casualidad, por el primer presidente de la televisión, J. F. Kennedy, en la misma época de la transmisión del juicio en Israel al genocida nazi de la «solución definitiva», del primer viaje al cosmos y de la invasión mercenaria a Girón.

Democracia coronada (¿otra casualidad?), por el primer presidente 2.0, Barack Obama, a quien sucedieron en vertiginoso ascenso de la tuiplomacy (diplomacia a través de twitter), connotados líderes de todas las geografías y posturas, para todo tipo de discurso, en 140 caracteres y en detrimento, por ejemplo, del editorialismo.

Paradójicamente, Wikipedia, la enciclopedia concebida por los propios internautas, reconoce que el periodismo es una disciplina profesional que no puede democratizarse para la ciudadanía, que la información no es democracia, sino poder.

Si grabar con la cámara de un teléfono móvil y colgar el video resultante, de relativo impacto social, en YouTube, o intercambiar comentarios desde un blog, es hacer periodismo; si algunos puristas siguen aferrados a la legitimidad de las fuentes mientras cualquiera con acceso a las herramientas tecnológicas de producción, reproducción y distribución de información «informa», ciertamente estamos ante la urgencia de replantear la ética y la deontología periodísticas.

La prensa como arte-facto, sistema, estructura, organización y poder se resiente ante la histeria de la rapidez, la simultaneidad abstracta y el culto a la cantidad; ante una información que asume nuevas funciones y usos no informativos, ya advertidos por uno de los periodistas latinoamericanos más consecuentes (tanto es así que fue uno de los centenares de colegas asesinados en los últimos 40 años por hacer nuevo periodismo).

El mexicano Manuel Buendía aseguró el 14 de octubre de 1981 que la comunicación social abarcaba información, publicidad, propaganda y relaciones públicas y que debería ser tomada como una alta prioridad nacional.

Ahora, entre oligomonopolios de la información y periodismo alternativo, hiperinflación de la información y noticias «no sucedidas» (no contadas); cuando aumenta el volumen de datos como garantía de veracidad, proliferan los opinólogos, y se retorna al periodismo tradicional como opción de credibilidad; todo el periodismo es escrito.

Pero en un mundo que legitima la velocidad como valor (mientras más rápido, mejor), la velocidad de transmisión de datos no puede suplir el tiempo que se necesita para redactar una noticia o para leerla.

La palabra escrita ha continuado en la vida informativa, en perfecta simbiosis de los sistemas alfabético y alfanumérico, y los periodistas seguimos siendo operadores semánticos, o sea, las personas que, suscribiendo con Hans M. Enzensberger los usos emancipatorios de las nuevas tecnologías como extensiones de las antiguas, convertimos la realidad en noticia mediante el lenguaje verbal que es tecnología en última instancia.

Se impone, por tanto, renovar el pacto de lectura por encima de los ardides para captar público como las republicaciones, la reproducción clónica y la expansión corporativa.

Todavía los representantes de los centros de poder discurren, deciden, se reúnen, celebran, confirman, declaran, notifican, comentan, alegan, creen…, y los protagonistas anónimos de la noticia mueren, son acusados, roban, son desplazados, abandonan, trafican,… el viejo recurso retórico de la descalificación ad hominem.

La realidad noticiosa parece estar exigiendo varios significantes y no solo aquel que designa de manera unívoca a cierta (parte de la) realidad.

En consecuencia, el primer axioma metacomunicacional se convierte en ley: no podemos no comunicar; no podemos no tener nada que decir; no podemos ser ni homogeneizadores ni efímeros.

Ello implica reconocer una emergencia de procesos y hechos multidimensionales y multirreferenciales, que no son innombrables.

Tenemos «nuevas» noticias, nuevos medios, nuevos soportes, nuevos receptores. Sin embargo, no tenemos nuevo discurso periodístico ni nuevo texto periodístico.

Por eso quizá sea necesario reemplazar los tradicionales qué, quién, cuándo, dónde, de la noticia, por el qué de quién(es) y hacia quién(es); el desde cuándo y hacia cuándo; el desde dónde y hacia dónde.

El periodista es siempre nuevo si comparte con el destinatario de su mensaje el mismo nivel de reflexividad social y la capacidad para interactuar y producir socialmente sentido. Si tiene un estilo. Si no considera la noticia de cierta parte del mundo como la noticia del mundo. Si permanece, como decía Lenin, más cerca de la vida.

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