Al recordar esta y tantas otras frases dichas por Fidel sobre uno de los sectores más sacrificados de nuestro país, tampoco podemos olvidar que un día también dijo que “(…) para ser médico se requiere una sensibilidad exquisita, una gran calidad humana, gran capacidad intelectual y una moral a toda prueba”, cualidades que hoy está presente en muchos galenos, pero también, en técnicos y tecnólogos, el personal de enfermería y el de apoyo, para que funcione como debe el consultorio, la consulta, el policlínico, el laboratorio u hospital.
Muchos son los ejemplos de esos hombres y mujeres que desde marzo 2020 no han abandonado la trinchera del deber y la responsabilidad, por eso de muestra sirva este “botón”, de tres médicos, que desde un inicio han estado en zona roja y también la de un estudiante, quien cuenta su experiencia de voluntario en centro de aislamiento, donde brindó su modesto esfuerzo, sin ser profesional de la salud, pero sí un joven comprometido con su tiempo.
Doctora Mirtha Lobaina Miranda, especialista en emergencias médicas y cuidados intensivos y máster en urgencias médicas.
“Estar en la zona roja es una misión bastante compleja desde el punto de vista laboral, humano y profesional, a partir de todas las situaciones que actualmente experimenta nuestro sistema de salud y las presiones que vivimos a diario en la práctica.
“Trabajar 24 horas para 48 de descanso es difícil. Cuando nos vamos a reposar llevamos las preocupaciones por el paciente que dejamos muy grave, por el crítico, por el que está mejor, pero puede complicarse. Terminamos el turno de guardia y ponemos la esperanza en que el relevo lo pueda hacer mejor e, incluso, pueda lograr lo que quisiéramos seguir haciendo.
“Además de esto, estamos lejos de la familia, preocupados porque en algún momento un familiar pudiera contagiarse, con un virus mortal. Tenemos la experiencia de ver cuando los pacientes comienzan a complicarse y existen las posibilidades de llegar a un desenlace fatal y eso cala muy profundo en nosotros.
“Nos sentimos, también, en el deber y la obligación de explicar a los familiares la evolución del paciente. La sensibilidad de cada persona que trabaja en la sala es indescriptible, el enfermero, el médico, el especialista, el residente, el personal de apoyo, mensajeros, camilleros, todos trabajando en función de que se cumpla cada una de las metas que se trazan con las personas ingresadas en la sala”.
Doctor Rubén Alejandro Suárez, residente cuarto año de Cirugía.
“Nos ha correspondido laborar en varias ocasiones en zona roja, ha sido para mí una tarea compleja, pero no imposible, a pesar de situaciones afrontadas hoy y que son del conocimiento de todos, con la carencia de recursos e insumos, aunque siempre hemos dado el paso al frente, principalmente la juventud, los cuales no dudamos, bajo ninguna circunstancia, estar donde más necesario somos para llevar adelante la tarea encomendada.
“He tenido varias experiencias, tantos positivas como negativas, desde la hora de entrar a sala y comenzar a colocar el vestuario, cumplimentando estrictamente las normas de bioseguridad, que son inviolables en ese escenario.
“Hay situaciones que te conmueven el corazón al entrar a un cubículo, donde llegas y para muchos eres su ángel de la guarda, a pesar de nunca haberlos vistos y que sólo te conocen los ojos, que es lo único visible. Muchos quieren saber quiénes somos las personas que se esconden detrás de nuestros trajes y al no poder descubrirnos nos piden los nombres. Luego, al paso de los días, en las redes sociales nos buscan y ahí nos dejan escritos que nos llegan muy dentro”.
Doctor Jorge Luis Quiñones Aguilar, especialista de segundo grado en Medicina General Integral y Máster en Promoción de la Salud.
“Acabamos de llegar de Matanzas, donde encontramos una situación muy crítica, con número importante de casos positivos diagnosticados. Fuimos ubicados en diferentes centros de aislamiento para la atención directa de casos activos con un ritmo de trabajo de 24 x 24 horas, que posteriormente fue de 24 x 48.
“Allí los pacientes nos aceptaron y agradecieron desde el primer día con respeto y admiración hacia la brigada. En lo personal me desempeñé como médico asistencial y epidemiólogo, inicialmente en un hospital de 400 camas montado en un Hotel y luego en un centro de casos positivos de 180 camas en el municipio Jagüey Grande.
“Desde allá vimos, con tristeza, cómo se deterioraba la situación epidemiológica en Holguín y de inmediato dijimos que si nos solicitaban vendríamos para el terruño a trabajar por nuestro pueblo y desde el arribo solicité incorporarme de inmediato al trabajo asistencial en el hospital clínico quirúrgico Lucía Iñiguez, donde el ánimo de los colegas es favorable y estamos seguros que entre todos podremos salir de este mal trance.
“Nuestro mensaje es muy enfático: la cepa Delta es muy agresiva y mortal, por lo que hay que extremar las medidas indicadas por las autoridades de salud y de Gobierno local. Lo fundamental, es acudir de inmediato al médico, no desesperarse y cumplir lo que se indique por el personal sanitario”.
Aniel Santiesteban García, estudiante de cuarto año carrera Licenciatura de Periodismo.
“Durante mi paso por la universidad he comprendido que este no es, exclusivamente, un espacio para instruirse en conocimientos de una u otra materia, sino formador de seres humanos integrales al servicio de la sociedad. “La Universidad de Holguín tiene claro este encargo, por eso instaló en su sede “Celia”, cercana al ¨Lucía”, un hospital de campaña para pacientes positivos a la COVID-19. No solo eso, también nos convocó a servir y di el sí. Fueron días de mucha nostalgia por el regreso a ese sitio que hace solo un año nos recibía en sus aulas. Nunca imaginé que a la entrada de la beca habría un cartel, que en letras mayúsculas advertiría: ZONA ROJA; sin embargo, fue la mejor prueba de cuánto puede transformarse la universidad, como almacén de saberes, en beneficio de una comunidad.
“Me enorgullece pertenecer a ella, y rodearme de gente valiosa que se vistió de verde conmigo: José y su mamá Kely, él es estudiante de Lenguas Extranjeras, y ella, profesora de Literatura; Denia, casi graduada, con la más especial vocación de servicio que he conocido; Migue, quien mudó a su familia de la casa, para poder trabajar como voluntario; la decana y la jefa de Departamento, con nosotros, las primeras en el ánimo y la entrega.
“A pesar de las responsabilidades y el miedo, disfrutamos trabajar en equipo. Y quisiéramos que se sumaran más jóvenes. En mi caso, fui una especie de puente entre los pacientes y sus familiares, el mensajero. Qué lindo cuando con la voz entrecortada nos agradecían. Les llevaba a los enfermos el alimento, lo material, pero, también, el espiritual que les enviaban sus seres queridos; junto con la sopa, el necesario “cuídate mucho”, o un “dígale que lo quiero”, o “en casa te espera la niña”.
“Pero es tanto el trabajo en ese sitio, que uno acaba multifacético: escoge el arroz, distribuye el alimento, procesa datos… De todas las lecciones que me deja el paso por la zona roja, comparto la que creo puede ayudarnos a revertir la situación difícil que hoy presenta la provincia: Estuvimos cara a cara con el virus, y salimos ilesos, gracias al cumplimiento estricto de las medidas sanitarias. Apliquemos esa sencilla, pero efectiva fórmula en la calle, los centros de trabajo y el hogar”.