De Playa Girón a la Directiva de Obama

En medio siglo de abierta confrontación, los cubanos se habituaron a que las políticas de Estados Unidos fueran extremadamente agresivas, sin matices positivos y sin asomos de tolerancia o buena fe, por lo cual eran asumidas como un «paquete» rechazado de oficio, y con la lógica de no conceder “ni tantito así”.

La complejidad de las situaciones vividas, explica la contradicción de que entre los veteranos que consagraron su juventud a la defensa de la plaza sitiada y han afrontado los mayores riegos, figuren tanto aquellos que tienen más aprensiones, como los que perciben mejores expectativas con la normalización.

Quien mejor ilustra esta dinámica es el propio Fidel Castro, que siendo el artífice de la cultura de la resistencia, es el líder que, desde su viaje a Estados Unidos en abril 1959, el encuentro con el periodista francés Jean Daniel, enviado del presidente John F. Kennedy; y en decenas de otros momentos, se esforzó por abrir canales de diálogo y por aprovechar cuanta oportunidad se presentó para explorar opciones de entendimiento con prácticamente todas las administraciones norteamericanas.

En ese contradictorio escenario apareció Barack Obama que, sin desmentir su condición de jefe del imperio, desde esa posición cuestionó y avanzó en la renovación del pensamiento oficial norteamericano respecto a Cuba, incluso cuando ello conllevó el desafío a poderosas corrientes contrarias, atrincheradas sobre todo en el Congreso de mayoría republicana.

El conjunto del proceso pasado y los desarrollos actuales, algunos de ellos sorprendentes, explican las dificultades para asimilar la doctrina propuesta por el único entre once inquilinos de la Casa Blanca que ha mostrado respeto y moderación hacia Cuba y sus líderes, y al cual se le puede conceder, como mínimo el beneficio de la duda.

Con razón las experiencias vividas alimentan desconfianza y reacciones contrarias, alimentan temores de que las propuestas estadounidenses de normalización escondan trampas que pongan en peligro el sistema social y sus conquistas, y puedan hacer retroceder el país hacia etapas superadas.

A ello se añaden posiciones extremistas, elementos que llaman a evitar ingenuidades y excesos de optimismo, incluso no faltan quienes, con sus reservas, de hecho, evidencian dudas sobre de la capacidad del liderazgo en funciones para conducir tales procesos.

Todo ello está justificado por la complejidad y altos riesgos para el proceso revolucionario y el futuro de la nación cubana, y explica la diversidad de reacciones ante cada evento de los ocurridos a partir del 17/12 de 2014, incluida la Directiva Presidencial que convierte las acciones para la normalización de las relaciones con Cuba en política de estado, confiriéndole profundidad y estabilidad.

Sin demeritar el gesto del presidente norteamericano, consecuente con sus pronunciamientos, la emisión de este importante documento político se suma a los resultados de la labor serena, moderada y eficaz del equipo diplomático cubano orientado por el presidente Raúl Castro. Allá nos vemos.

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