Donald Trump y el fin de las remesas a Cuba

Una encuesta de la Universidad Internacional de Florida certifica que 76 por ciento de los cubanos que llegaron a Miami en la década pasada, con capacidad de votar, lo harán por Donald Trump. Es el segmento poblacional que muestra la mayor adhesión al presidente, por encima de los nativos blancos y conservadores. 

Ciertos cubanólogos interpretan que la derechización a marcha forzada de este grupo es un producto de la revolución cubana. O dicho de otro modo, los que han desembarcado a 90 millas de la isla no son emigrados, sino conversos, activos y celosos partidarios que necesitan dar pruebas de su nueva fe.

Francamente, no lo creo. La mayoría de los emigrados cubanos en cualquier otra ciudad del mundo, incluyendo las de Estados Unidos, no se comportan de la manera en que están siendo representados los cubanos en Miami, a quienes Trump sigue cortejando agresivamente a seis días de la votación presidencial, como si le fuera la vida en ello.

No es el socialismo cubano el que convierte en su opuesto a un grupo que real o supuestamente marchaba hasta ayer en la Plaza de Revolución, sino una maquinaria de odio que se ha enquistado en esa ciudad y transforma a no pocos recién llegados, ávidos por asimilarse, en seres abyectos que llaman al parón de remesas, a romper los puentes familiares y a castigar a los que quedaron detrás.

Sólo en Miami se observa esta metamorfosis, que empezó cuando un plan de la CIA decidió instalar allí una estación secreta, la JMWAVE, y con ella su industria anticastrista y sus asesinos en serie. Ileana Ros-Lehtinen, una ex congresista republicana de Florida, acusada ahora de corrupción, llegó a decir en una entrevista en diciembre de 2006 para el documental 638 formas de matar a Castro: doy la bienvenida a que cualquier persona tenga la oportunidad de asesinar a Fidel Castro o a otro líder que oprima a su pueblo.

Difuminados los batistianos, mezclados en el denominado exilio histórico, un grupo de emigrados multimillonarios y ultraderechistas ha sostenido financiera e ideológicamente estas posturas extremas que no pocas veces han rayado en el esperpento. Son a los que aún la palabra socialista, por no decir comunista, les suena al diablo.

En esta atmósfera macartista la desinformación ha llegado a niveles tan irrespirables, que los analistas han comenzado a aceptar que no habrá forma de culpar a Rusia ni a ningún otro gobierno extranjero por el giro que puedan dar estas elecciones.

“Cuando la propaganda se ‘democratiza’, cuando publicar no cuesta nada, cuando la velocidad y la viralidad impulsan el ecosistema de la información y cuando los provocadores no enfrentan las consecuencias, literalmente todos tienen el poder para promover la desinformación.

Tomado del Diario La Jornada / México

Hoy Estados Unidos está alerta por si los agitadores externos provocan disturbios. Pero la actividad más divisoria en la política estadunidense es abrumadoramente local”, ha escrito recientemente en The Atlantic la investigadora Reneé DiResta.

La realidad es que difícilmente los cubanos que llegan a Nueva Orleans, California o Madrid actúen de esa manera. No lo hacen en Miami quienes saben que, aunque logren pasar todas las pruebas, en el universo republicano los conversos extranjeros y los migrantes difícilmente son aceptados como socios plenos del club presidencial.

Por suerte, en medio de tantos fogonazos y alaridos trumpistas, se escuchan cada día más los gritos del sentido común y en las redes sociales se dicen cosas como esta: ¿Dónde está el crimen de ofrecer un servicio que permite a los cubanos enviar dinero a sus familias, casi siempre para comida y medicamentos? El crimen no está en ofrecer el servicio de las remesas, sino en quitarlo.

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